Sinvergüenzas con vergüenza, por Rolando Arellano
Sinvergüenzas con vergüenza, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Desde siempre entendí que el ataque escondido y alevoso era un acto inaceptable en cualquier enfrentamiento decente. Pero recientemente, al tiempo que aparecen muchos filmes donde francotiradores (soldados escondidos que tienen como tarea matar enemigos) son presentados como héroes, en la sociedad peruana aparecen al menos dos tipos de ‘francotiradores sociales’ altamente nocivos. Se trata de personas que protegidas por el anonimato atentan contra otros ciudadanos, por lo que deben ser puestas en evidencia para evitar que se conviertan en una epidemia.

El más moderno tipo de esos francotiradores es el llamado troll, muy conocido por quienes participan en las redes sociales. Se trata de personas que actuando bajo seudónimos se dedican a intervenir en los foros virtuales, Twitter, Facebook, básicamente para insultar a los participantes sin mayor razonamiento lógico y usando un lenguaje extremadamente vulgar. Un troll es entonces un agresor que ataca porque sabe que nadie podrá reconocerlo a través de su seudónimo en la red. Ese es el mismo caso del francotirador de la radio, que interviene en los programas de conversación diciendo solo su primer nombre (probablemente falso) para lanzar acusaciones sin fundamento o atentar contra el honor de las personas.

El otro ‘francotirador social’, cada vez más común, es el chofer del auto con lunas tan polarizadas que es imposible reconocerlo en el volante. Aprovechando el permiso de esas lunas oscuras, cuya razón es proteger al ocupante de ataques externos, el chofer de estos vehículos hace maniobras sin aviso, se pasa las luces rojas y, sobre todo, se estaciona en cualquier calle sin importarle el problema que ocasiona a los otros. La señora que estaciona el carro en doble fila para recoger a sus hijos del colegio o el joven que detiene el auto frente a la tienda “unos minutos nomás” para recoger algo, son casos típicos de este fenómeno. Por cierto, en raras ocasiones se trata de un taxi o de un auto antiguo, siendo más común que sea un carro nuevo o una camioneta todoterreno, lo que muestra una vez más que el ingreso no es para nada garantía de decencia.

Sería simple de entender su comportamiento si se tratara de personas que no tienen vergüenza de actuar así, sino que se ocultan para evitar el castigo que su acción merece. Ese es el caso de los extorsionadores, que utilizan el anonimato como ‘herramienta de trabajo’, pues no les interesa lo que la sociedad pueda pensar de ellos. A esos sociópatas solo se les contrarresta con la fuerza de la ley.

El caso que tratamos aquí es claramente distinto, pues es el de personas que en su vida diaria quieren aparentar ser responsables, por lo que sí les preocupa mucho que se reconozca su mala actuación. Son gente que solo actúa protegida por el anonimato que les da la oscuridad o la distancia, pero que esperan pasar por personas correctas ante quienes las conocen. No son sinvergüenzas en el estricto sentido de esa palabra, sino, para usar una palabra fuerte y no agradable: cobardes, que tiran la piedra escondiendo la mano. Son sinvergüenzas con vergüenza.

Sería bueno que tratemos de desenmascararlos para evitar que el ejemplo cunda y que nuestros hijos comiencen a considerar que se trata de un comportamiento natural y aceptable.