(Foto: Alessandro Currarino/El Comercio)
(Foto: Alessandro Currarino/El Comercio)
Marco Sifuentes

No debe haber, en política, muchas cosas más psicodélicas que escuchar a un opositor defender al Gobierno de los ataques de congresistas oficialistas, especialmente si ese opositor es  y más aun si Becerril emplea palabras tan alienígenas a su imagen como “ilusión” o “esperanza” y, para remate, lo hace refiriéndose al Gobierno del que, supuestamente, es opositor.

Esto sucedió el miércoles durante la presentación del Gabinete en el Congreso. Hay que aclararlo porque probablemente nadie se haya enterado de que eso pasó. En estas semanas, los peruanos están tan cansados de la política que el día de la presentación el ‘trending topic’ fue el arquero devenido en exégeta Paco Bazán. Desde que cayó , nadie quiere saber nada de política (salvo por nuevas entregas de la telenovela -). Ni siquiera los rochosos paseos por el Perú del supuesto moribundo –registrados con total desparpajo en el Instagram de su hijo Kenji– han logrado movilizar a nadie.

El gobierno de Vizcarra está aprovechando este agotamiento ciudadano para tender puentes con el keikismo y, la verdad, es difícil pensar en otro camino para este precario gobierno. En su presentación ante el Congreso, Villanueva fustigó a los “antis” casi casi como quien ondea un trapo blanco durante un tiroteo. Y es que no se trata solo de que ni Vizcarra ni Villanueva tengan la fuerza, la vocación o las ganas de enfrentarse al fujimorismo. Es que, aun si las tuvieran, tampoco tienen la excusa. Con la gente harta de enfrentamientos, el primero que ceda a la tentación de apretar el gatillo cargará con toda la culpa de una nueva etapa en esa guerra infinita en la que se ha convertido la política peruana. Por ahora, a nadie le conviene el enfrentamiento, pero, mientras dura esta tregua, hay dos cosas que al gobierno de Vizcarra le conviene recordar.

La primera, que el fujimorismo es funcional a una agenda extremista conservadora. Por ejemplo, se opone a la reforma educativa y a enfrentar la violencia de género, dos asuntos en los que Vizcarra, tarde o temprano, tendrá que posicionarse. Y si su gobierno elige ponerse del lado correcto de la historia, esto podría volver a desatar al Kraken de 61 curules.

Lo que nos lleva al segundo punto: ¿es el Kraken tan temible ahora? La batalla por la cabeza de PPK les ha costado un cisma. Keiko acaba de alcanzar su máxima desaprobación histórica. Cada semana se les descubre un congresista más impresentable (por no decir delincuencial) que el anterior. Todo bien con llevar la fiesta en paz, pero a Vizcarra no le conviene identificarse con Keiko ni con sus huestes. Pasear con Mamani debe ser el peor error de Vizcarra desde que creyó que Daniel Córdova era ministeriable. Juntos pero no revueltos, debería ser su mantra.

Mientras tanto, provecho, señor Vizcarra. Es hora de gobernar y de que lo dejen gobernar. Por una vez, las aspiraciones de la ciudadanía y de los políticos son las mismas: vivir tranquilos, por lo menos, hasta que pase el Mundial. Después ya se verá.