Los tres doctores, por Rolando Arellano C.
Los tres doctores, por Rolando Arellano C.
Rolando Arellano C.

Hoy que tanto se discute el tema del doctorado, básicamente por razones políticas, el lector estará confundido sobre lo que significa realmente ser ‘doctor’ en el Perú. Quizá la razón de la confusión esté en que el título de doctor, aquí y en varios otros países, tiene al menos tres orígenes distintos.

1. Doctor por grado académico. En el mundo se pueden reconocer claramente tres niveles de grados superiores: licenciatura, maestría y doctorado. La licenciatura es el primer nivel, que enseña una profesión y otorga la facultad de ejercerla, durando entre cinco y seis años en promedio. Viene luego la maestría, que incrementa el valor de la licenciatura, para una acción más avanzada y especializada. Su duración promedio es de uno a dos años. Y encima de ello se ubica el doctorado, que prepara para la investigación y la creación de la ciencia, con una duración de cuatro a seis años. Los doctores son la locomotora del avance científico de los países.

2. Doctor por uso y costumbre. Existen profesiones que por uso y costumbre recibieron la denominación de ‘doctor’ y la siguen usando, aunque no correspondan a un grado académico. Doctor en Derecho era una denominación para los primeros abogados y doctor en Medicina para los médicos. En los médicos esa denominación es común en el mundo, y, por extensión, la gente llama igual a todo el que tiene bata blanca, sea dentista, psicólogo clínico o farmacéutico. En los abogados solo se usa así en algunos países como el Perú, pues por ejemplo en Ecuador se les llama claramente abogado tal o cual, y en México es bastante común llamarlos licenciado.

3. Doctor por apreciación social. Existe un tercer título de ‘doctor’, mucho más común y equívoco, que es el dado a toda aquella persona con cierto grado de autoridad, que usa corbata o traje sastre, con la que alguien se quiere congraciar. Se ‘doctorea’ al jefe de la oficina, al ministro, a la esposa del ministro y, por supuesto, al dueño del carro que se quiere cuidar, y al comprador potencial del ‘huachito’ de lotería que se acerca. Y si la persona en cuestión es más práctica o sin corbata, no se le doctorea; se le dice ‘ingeniero’.

¿Vale la pena tanta discusión por esa denominación? Creemos que no, porque existen personas ilustres que contribuyen más al desarrollo del país y de la ciencia que muchos doctores graduados, y que por tanto merecen bien el título. Y también porque, más que una falsa representación, quizá solo explica algo de pérdida de perspectiva de quien se lo toma en serio y deja que lo ‘doctoreen’ en placas conmemorativas o en discursos. Además, ¿quién podría oponerse a que a los miembros de una profesión tan respetada como la Medicina se les siga llamando doctores, como desde hace siglos?

Por mi lado, disculpando la digresión personal, les cuento que desde 1983, en que obtuve ese grado académico en Francia, ya me acostumbré a que la gente llame ‘doctor’ a mi abogado, al viceministro con quien comparto la mesa de conferencias o al candidato presidencial, y que a mí me presenten solo como Rolando. Nunca sentí que eso haya influido en mi trabajo de investigador.

En fin, doctorados o ‘doctoreados’, lo importante es que el país necesita gente que actúe como doctores, creando conocimiento para que todos avancemos. ¿No lo cree usted ‘doctor’ o ‘doctora’ que me está leyendo?