¿El turno de la izquierda?, por Carlos Meléndez
¿El turno de la izquierda?, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

El Frente Amplio (FA) tampoco es un partido político. Es un frente electoral que articula iniciativas organizativas de corto alcance que han encontrado indiscutible liderazgo nacional en Verónika Mendoza. Este proyecto político se articula bajo la premisa de una sociedad civil activa y participativa, de un “pueblo organizado”. Por lo mismo, plantea una estrategia de movilización “de abajo hacia arriba” con la fe puesta en la agregación de intereses sociales, para aprehender un esquivo “bien común”. La pretensión –de toda izquierda– es representar a “la calle”; entiéndase esa masa amorfa de insatisfacción social que ha desbordado históricamente las mejores intenciones.

Desde los ochenta, la izquierda orgánica –no ‘outsiders’ militares– no gozaba de una situación promisoria de cara al poder: una candidata con atractivo electoral, la segunda bancada del Legislativo y un visible recambio generacional (además, femenino). Asimismo, puede capitalizar convenientemente un doble rol opositor. Sus rivales históricos encabezan dos poderes del Estado: la “derecha neoliberal, lobbista y transnacional” (sic) en el Ejecutivo (PPK) y la “mafia dictatorial” (sic) en el Legislativo (FP). La situación es “ideal” para el FA, pudiendo politizar la desigualdad social de una administración tecnocrática que perpetuará el “modelo”, a la vez que reforzar la “memoria histórica” que estigmatiza al fujimorismo.

Este panorama favorable amerita de la izquierda una lectura apropiada del momento político y de la sociedad peruana. Respecto al primero, el FA tiene sus propios anticuerpos ideológicos que le impiden influir positivamente –por ahora– sobre importantes sectores sociales (poderes fácticos y electorados adversos). Beneficiaría ajustar su discurso para no encasillarse como “populista” o “antiminero”, sin renunciar a sus objetivos últimos. Por ejemplo, no es lo mismo decir “más Estado” que un “Estado moderno, eficiente y competitivo”; no es lo mismo “oponerse a la gran minería”, que demostrar que es posible “una gestión ambiental de proyectos mineros”. La izquierda está encajonada en una imagen de intransigencia que podría hacer envejecer rápidamente a sus cuadros más prometedores.

Respecto a la lectura de la sociedad, la izquierda sigue estancada en estereotipos que pierden vigencia rápidamente –“comunidades campesinas”, “pueblos indígenas”, “mundo popular”–, cuando claramente el crecimiento económico de ética individualista ha dejado solo vestigios de tal organicidad social. La informalidad ha penetrado no solo las periferias urbanas, sino también las clases medias y el campo. El idílico campesino etnosocialista se extingue (para pesar de los teóricos de la “consulta previa”). Hoy, fluctúa entre la chacra sin “TLC-hacia adentro” y el mototaxi sin licencia. Solo el MAS de Cajamarca –un movimiento “desde abajo”– parece sintonizar con la ruralidad informalizada. 

El FA podría terminar aislado en el interregno entre clases medias emergentes que le dan la espalda y una informalidad marginal radicalizada ideológicamente por Gregorio Santos o Walter Aduviri. En cualquier caso, el populismo fujimorista continúa siendo su principal obstáculo para tentar el sueño del “cambio social” (en definitiva, el poder).