El mandatario promulgó la ley de la Junta Nacional de Justicia, pese a cambios realizados en el Congreso. (Foto: Rolly Reyna / GEC)
El mandatario promulgó la ley de la Junta Nacional de Justicia, pese a cambios realizados en el Congreso. (Foto: Rolly Reyna / GEC)
Patricia del Río

Con la lucha anticorrupción no se puede bajar la guardia, pero hay que reconocer que el asunto va más o menos encaminado. Ya sin la presencia tóxica y obstruccionista de , con el acuerdo de firmado y con el equipo del fiscal Rafael Vela posicionado, podemos confiar en que en breve empezarán a caer los peces flacos, medianos y, sobre todo, los gordos, los más gordos.

El rol del presidente en este complejo proceso ha sido fundamental. Con voluntad política ha impulsado reformas importantes (aunque incompletas, es cierto) que apoyarán esta lucha: en julio tendremos nueva Junta Nacional de Justicia y el financiamiento de partidos políticos por fin dejará de ser una coladera de favores pendientes de pago.

Lo que ocurra de acá en adelante, sin embargo, será muy importante pero ya no deslumbrante. Así como enterarnos de la prisión de nos produjo a todos gran sorpresa, las próximas detenciones, acusaciones y la andanada de destapes que se vienen son, en gran parte, predecibles. Confiados estamos en que la fiscalía y los jueces harán su trabajo, y en que la sociedad civil seguirá ejerciendo la vigilancia que ha asumido en este proceso.

La pregunta es, ¿y Vizcarra qué va a hacer ahora? ¿Cómo va a mantener la atención de la población si la bandera que enarbolaba, sin perder importancia, ha perdido espectacularidad? Desde hace ya varias semanas, Vizcarra anda como perdido. Su discurso anticorrupción se debilita cuando contesta tarde, mal y pésimo a las acusaciones sobre la participación de su empresa como proveedora de Conirsa, o cuando los ppkausas intentan cortarle la garganta con los aportes a la campaña presidencial. Nada peor que una respuesta torpe y culposa cuando el cuestionamiento no es tan grave ni serio.

El presidente, que hasta hace unos meses había demostrado una gran capacidad para leer lo que los peruanos necesitaban ver y escuchar, hoy parece no entender que no puede inaugurar “el inicio de la modernización” (o sea, nada) del aeropuerto de Chiclayo, cuando a unos cuantos kilómetros los vecinos luchan por que el agua de las lluvias no inunde sus casas.

No puede seguir peleándose con a través de la prensa, cuando un huaico mata a siete mineros informales en Puno, o cuando de caseríos y pueblos de la sierra centro y sur llaman todos los días alcaldes desesperados porque sus pueblos han quedado aislados por los derrumbes, o cuando un paro de transporte deja varadas 600 mil toneladas de productos en el puerto de Salaverry, y cierra el paso de vehículos en Arequipa.

El país, literalmente, empieza a hacer agua por todas partes, y autoridades regionales y municipales, que hace mes y medio asumieron sus cargos, miran desesperadas al Ejecutivo pidiendo orientación, ayuda, liderazgo. Y no lo encuentran, porque el presidente se ha quedado atascado en la lucha anticorrupción como si fuera nuestro único problema y sus ministros… perdón, ¿alguien dijo ministros?