El dolor es una experiencia universal que todos enfrentamos, ya sea por un golpe accidental o por la pérdida de un ser querido. Aunque su intensidad y naturaleza varían, es una experiencia subjetiva que involucra aspectos sensoriales y emocionales.
En su función protectora, el dolor nos alerta de peligros y nos impulsa a cuidarnos. Sin embargo, cuando se vuelve crónico, su impacto es devastador. Este tipo de dolor no solo genera sufrimiento físico, sino también costos emocionales, sociales y económicos. En estos casos, el manejo adecuado es esencial para mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen.
Los profesionales de la salud tienen la responsabilidad de abordar el dolor de sus pacientes, pero también enfrentan su propia carga emocional al estar expuestos diariamente al sufrimiento ajeno. Esta exposición constante puede llevar a la insensibilización y al desgaste profesional. Por ello, es crucial brindarles soporte emocional que les permita procesar sus experiencias.
La educación y el acompañamiento son fundamentales tanto para los pacientes como para los profesionales. Informar al paciente y permitirle tomar un rol activo en su tratamiento facilitando el manejo del dolor, mientras se ofrecen espacios de contención emocional al personal sanitario, contribuye a su bienestar y resiliencia.
No se trata de negar el dolor, sino de aceptarlo y aprender a enfrentarlo de manera más efectiva. Como expresó César Vallejo: “El dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso”.