La tarde que decidí matricularme en Taller de Crónicas, lo hice imaginando un futuro provechoso. Es el curso que más esperé desde que mi perspectiva hacia el periodismo cambió. Admito que lo infravaloré. Lo primero con lo que me topé fue un viejo término: “La relación periodista-escritor”, que trajo imágenes difusas del momento en que decidí cambiar mi pensamiento sobre la carrera. Una semana que no recuerdo, el sueño de ser periodista deportivo quedó borrado, dando paso al de los libros y borradores infinitos: ser escritor se convirtió en mi anhelo.

Sentí un nudo en la garganta al tardar en presionar la primera tecla. La profesora nos asignó salir al patio universitario y buscar algún perfil llamativo. Mis compañeros deambulaban por la cafetería y biblioteca, preocupados. Al sentarnos a redactar, me percaté de lo perdido que estaba: mientras otros llevaban párrafos escritos, yo apenas revisaba mis apuntes. Fue ahí cuando entendí la diferencia entre periodista y escritor.

El escritor tiene libertad para crear borradores y escenarios a su ritmo; el periodista enfrenta la presión de la inmediatez. ¿Es más complicado escribir una crónica que un cuento? La respuesta es ambigua. La respuesta es ambigua, dado que la primera es una labor comprometida con la realidad objetiva, pero la literaria permite la invención de realidades distintas a la nuestra.

En conclusión, ser periodista exige síntesis e inmunidad al estrés del tiempo. Muchas veces estaremos obligados a tomar apuntes desde lugares incómodos y arriesgados. ¿Qué pasaría si no estamos preparados? ¿Correríamos?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Rafael Cárdenas Salvador es estudiante de Comunicación y Periodismo en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas

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