La cruzada de Kuczynski, por Mario Ghibellini
La cruzada de Kuczynski, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

La vez pasada la idea era mala, pero esta vez es pésima. Después de la refriega –con saldo negativo– que protagonizó antes del licenciamiento del ministro Jaime Saavedra por parte del Congreso, el presidente Kuczynski ha anunciado que si la interpelación en marcha al titular de Transportes Martín Vizcarra deriva en una moción de censura, esta vez sí le planteará a la representación nacional una cuestión de confianza. Es decir, comprometerá la suerte de todo el gabinete con la de ese ministro que, al parecer, es el primer persuadido de que eso de ir adelante con el proyecto del aeropuerto de Chinchero es un despropósito.

TUPIDO PERO CONTENTO

Vizcarra, en efecto, no solo detuvo hace un mes la decisión de firmar la famosa adenda del contrato con Kuntur Wasi ante una vaga exhortación de una comisión del Congreso (obligando al propio mandatario a salir en televisión a decretar que la iniciativa iba de todas maneras), sino que ahora ha vuelto a poner todo en la congeladora por unas declaraciones del contralor sobre una posible ‘ilegalidad’ de la referida adenda. Además, en consonancia con parte de las críticas de los que piden su cabeza, ha comenzado a promocionar la idea de que la concesión a los socios privados del estado para operar el aeropuerto debería reducirse de 40 a 30 años. Y por último, dirigiéndose a los cusqueños este último jueves, dijo sobre el contrato: “Si ustedes me dicen que lo anule, lo hacemos”. Su temor y su desorientación con respecto al proyecto, en resumen, se olfatean a la distancia.

Pero el presidente Kuczynski, que vive tupido pero contento, solo atinó a comentar: “Bueno, se verá lo que dice la Contraloría, pero es un buen proyecto”. Y ahora, como algunos parlamentarios insisten en ejercer la función de fiscalización del poder Ejecutivo que la Constitución les asigna, ha lanzado la amenaza de la que hablábamos al principio: una fórmula segura de exacerbar los ánimos de los legisladores que hasta el momento se mantenían en una posición neutral en este enfrentamiento.

Su bravata, por otro lado, es doblemente necia, pues esta vez ni siquiera dispone de los activos con los que contaba cuando hizo el mismo numerito a propósito de las intenciones de la oposición de censurar a Saavedra. Concretamente, no puede, como en aquella oportunidad, agitar ante la opinión pública una causa tan popular como la defensa de la reforma de la educación y sus cifras de aprobación en las encuestas se han encogido severamente. Es decir, no puede aspirar a recoger en la calle –donde, justificadamente o no, las suspicacias con respecto a la concesión campean– el respaldo que no tiene en el Congreso, donde hasta los miembros de su menguante bancada sueñan en voz alta con la posibilidad de vacarlo.

De hecho, antes de dar rienda suelta a esta auténtica cruzada suya, el presidente haría bien en pasar revista a la hueste más bien menesterosa con la que cuenta para ir a la carga. Porque la verdad es que ni en el Legislativo ni en el Ejecutivo se distingue a muchos paladines oficialistas dispuestos o convencidos de librar esta batalla. Y el problema, además, de andarle preguntando a la gente si confía en uno cuando no hace falta es que en una de esas te responden.

Esta columna fue publicada el 4 de marzo del 2017 en la revista Somos.