¡La democracia no se come!, por Mario Ghibellini
¡La democracia no se come!, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Más de 25 años han pasado desde la caída del Muro de Berlín e increíblemente aquellos que acabaron con sus ladrillos por la cabeza –es decir, todos los que creían que la democracia era una superchería burguesa que merecía ser sacrificada en aras de algún proyecto revolucionario- todavía no terminan de asimilar la lección.

Aquí en el Perú, por ejemplo, en menos de diez días, hemos visto a dos de precandidatos presidenciales de la izquierda incurrir en declaraciones o acciones de olímpico desdén hacia ella, que revelan qué lejos están todavía en ese margen del espectro político de haber superado los viejos instintos totalitarios de sus progenitores ideológicos.

Verónika y muletazo

Cuando hablamos de democracia, por supuesto, no nos referimos solo a la celebración de elecciones: un elemento necesario pero no suficiente para identificarla. Como cualquier persona medianamente instruida sabe, ella comprende también la independencia y el equilibrio entre los poderes del estado, la libertad de prensa y el libre ejercicio de la actividad opositora al gobierno, entre otros ingredientes. Elecciones sin todo lo demás hay, en realidad, hasta en Corea del Norte.

Y es precisamente a propósito de esa manera restrictiva de entender la democracia que se manifestó el primer síntoma de resaca autoritaria que queremos comentar. Quien lo expresó fue la congresista Verónika Mendoza, aspirante de la organización Sembrar a convertirse en la candidata presidencial del Frente Amplio. En una entrevista publicada recientemente en El Comercio, a la pregunta de si Venezuela es una democracia o una dictadura, ella le respondió al periodista con el siguiente muletazo: “Lo que te puedo decir es que se han dado procesos electorales democráticos”.

Lo importante, sin embargo, es evidentemente lo que no podía decir. A saber, que en Venezuela existe una tiranía que, gracias a un sometimiento de todos los poderes a la voluntad del dictador –Chávez antes, Maduro ahora-, encarcela opositores, acalla de manera matonesca a la prensa crítica y cambia permanentemente las reglas de juegos para perpetuarse en el poder. O sea que, de democracia, nada. Y no es que la señora Mendoza lo ignorase, porque la información que lo confirma aparece en los medios todos los días. Pero como es una tiranía de izquierda, se le acalambra la lengua cuando tiene que condenarla. Tal como les ocurría -por mencionar solo un par de casos- a Javier Diez Canseco con la Cuba de Castro o a Jorge del Prado con la vieja Unión Soviética. En síntesis, un escamoteo vergonzoso de la verdad por el que hasta Julio Cotler le ha llamado la atención.

Vintage Lenin

El segundo homenaje chueco a la democracia lo ha protagonizado Yehude Simon, quien había ofrecido la inscripción de la organización que regenta –el Partido Humanista- para que el ganador de las ‘primarias’ en el frente zurdo Únete postulara a la presidencia: una designación que él deseaba para sí y creía aparentemente segura. Al descubrir, sin embargo, que su aspiración corría peligro por cierta corriente interna contraria a ella, hizo lo que los clásicos dirigentes marxistas-leninistas hacían: no dejar la definición de un asunto tan serio en manos de algo tan aleatorio como una votación. Y se marchó o amenazó con marcharse con su inscripción a otra parte, donde su candidatura no sea tan disputada.

Felizmente, las mañas de Mendoza y Simon no han pasado desapercibidas para la opinión pública, que sin duda habrá de girarles pronto la factura por la vía de la desaprobación en las encuestas. Una buena manera de forzarlos a entender que la democracia no es un estorbo que, a la usanza de antaño, se puedan fagocitar con disimulo a fin de despejar su camino hacia el poder, sino el ineludible sistema que dará la medida de sus auténticas dimensiones dentro de unos meses.