Las purgas en la izquierda ya no son lo que solían. Qué lejana luce ahora la que desató Stalin en los años treinta del siglo pasado, allá en la antigua Unión Soviética. No en vano se recuerda hasta hoy ese proceso con el nombre de “la gran purga”, pues empezó con la expulsión de cerca de 400.000 miembros del Partido Comunista y acabó con una de esas carnicerías que tanto complacían al sanguinario dictador marxista.
Tuvo el inolvidable “Koba” sin duda alumnos aprovechados en las décadas siguientes. En los años sesenta, por ejemplo, “La revolución cultural” de Mao apiló también cadáveres por millones y supuso la persecución de cientos de miles de militantes y dirigentes del PC chino, opuestos al liderazgo del “gran timonel”. Y a su manera, el régimen camboyano de los Khmer rojos hizo en la segunda mitad de los setentas una adaptación étnica de la idea.
Pero el tiempo no pasa en vano. En la actualidad, han de ser muy pocos en el mundo los partidos de izquierda capaces de reivindicar las atrocidades de esos masivos asesinos seriales y, menos aún, de imitarlas. Ahora, lo que se lleva son las purgas incruentas. Intervenciones casi laparoscópicas para extraer el molesto tejido disidente… Pero que no dejan de parecer un tímido tributo a las prácticas purificadoras de antaño, pues, al igual que ellas, generalmente buscan consolidar el imperio partidario de algún caudillo reñido con el prurito capitalista de la competencia.
—Frente ‘stretch’—
Un evento de esa naturaleza es el que daría la impresión de estar teniendo lugar en estos días en el Frente Amplio (FA), organización política que, irónicamente, no ha hecho desde su fundación otra cosa que estrecharse.
Como se recuerda, en julio del 2017, menos de un año después de haberse instalado en el hemiciclo, la bancada que llegó al Congreso en representación de ese conglomerado se partió en dos. Un problema suscitado en torno a quiénes podían ser inscritos en el padrón partidario y quiénes no determinó que diez legisladores, más afines al liderazgo de Verónika Mendoza que al de Marco Arana, decidieran abrir tienda aparte; y con ellos se alejó buena parte de los “cuadros” que no provenían de Tierra y Libertad (organización dueña de la inscripción que el FA usó para participar en los comicios del 2016).
Ahora, en coincidencia con la cercanía de otras elecciones presidenciales, una nueva división amenaza la solidez del club zurdo que nos ocupa. De un tiempo a esta parte, efectivamente, un sector en el que se alinean varios excongresistas, como Wilbert Rozas, Hernando Cevallos y Humberto Morales, ha venido cuestionando la forma en que el “aranismo” eligió a la comisión política del partido y llevó adelante el III Congreso Nacional. El cuestionamiento, además, empujó al referido sector a promover una comisión política y un Congreso partidario distintos y desconocidos, a su vez, por la facción próxima a Arana.
Sea como fuere, el conflicto ha llegado esta semana a un punto crítico a raíz de que el Comité Nacional de Ética ha suspendido a 55 militantes de la agrupación –entre los que se encuentran los tres excongresistas aludidos– mientras los somete a un proceso por “intentos o acciones rupturistas”… justo en los días en los que se deben cumplir las elecciones internas para definir al candidato que los representará en la contienda presidencial del 11 de abril. Si añadimos a esto el dato de que el suspendido Humberto Morales aspiraba a competir con Arana por esa postulación, la figura está completa: el FA exhibe una vez más su calidad ‘stretch’ para ajustarse a las conveniencias de su “líder natural” y lo que estamos presenciando no es otra cosa que una pequeña purga.
Aun en el caso de que la facción aranista tuviese razón en cuanto a la legitimidad de la dirigencia a la que respalda, además, la fecha elegida para las suspensiones funciona casi como una confesión de parte. ¿No podrían acaso haber procesado a los “rupturistas” antes? Seguro que sí, pero si terminaban expulsándolos, la mala imagen iba a ser devastadora. Y si no, cualquiera de ellos iba a poder disputarle a Arana la candidatura presidencial y eventualmente ganársela: un escenario que, después de lo que pasó en las elecciones internas previas a los comicios del 2016 (en las que perdió frente a Verónika Mendoza), el exsacerdote debe contemplar con cierto repelús.
—Verito y los subterráneos—
Llama la atención, sin embargo, que en el FA no se percaten de que los sucesos de estos días de todas maneras les pasarán factura, ocasionando con toda probabilidad que muchos de sus potenciales votantes huyan, precisamente, hacia el redil de Verito y los subterráneos. Esto es, hacia Juntos por el Perú, agrupación que llevará esta vez como candidata presidencial a la señora Mendoza y que en las elecciones parlamentarias de este año, a pesar de estar conformada por siete organizaciones políticas –el Partido Humanista, el Partido Comunista, Patria Roja, Ciudadanos por el Cambio, Frente Social, el Movimiento por el Socialismo y Nuevo Perú– no logró pasar la valla.
En ese conglomerado se han de estar frotando, a no dudarlo, las manitas, sintiendo ya que esta vez sí la hacen. Pero tampoco deberían cantar victoria tan anticipadamente: después de todo, en sus filas abundan también los herederos de la pavorosa tradición purificadora que evocábamos al principio y en cualquier momento alguno desenfunda el purgante.