(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

En la guerra entre asesores, los de Kenji parecen estar ganándoles a los de Keiko por goleada. Si el propósito de un político es captar la atención del ojo público y generar la mayor cantidad de adhesiones posible, los consejeros de la líder de Fuerza Popular están haciendo un pésimo trabajo, pues se diría que en estos días ella es esencialmente conocida por ser la hermana de Kenji.

Mil anzuelos
El menor de los Fujimori, en efecto, ha venido capitalizando en los últimos meses notoriedad y simpatías a costa de su consanguínea. Y, además, sin tener que hacer cosas que excedan sus posibilidades. Como comentábamos aquí la semana pasada, Kenji no ha hecho sino recitar perogrulladas sobre ‘tender puentes’ con el gobierno actual y hacerle una ‘oposición constructiva’, y eso ha bastado para que las trepidaciones de ira de Keiko y sus retentivos descalibren los sismógrafos.

Mil anzuelos les ha lanzado él, y ella y los miembros de su guardia mototaxi los han mordido todos. En ninguno, sin embargo, han clavado los dientes con tanto denuedo como en aquel que ha ganado los titulares de esta semana: el de la carta de los congresistas de Fuerza Popular que intentaban abogar por una solución cordial del conflicto entre hermanos antes de que una anunciada sanción disciplinaria cayese sobre el más joven de ellos.

¿Puede alguien pensar que Kenji no ansiaba en el fondo ser castigado? ¿Puede alguien realmente creer –como parecen creer muchos de los firmantes del referido documento– que la filtración de la carta a la prensa fue un recurso de último momento para evitar la sanción y no más bien un empujón final para asegurarse de que la pena le fuera impuesta? ¡Por favor! Si todo en esa misiva –dirigida a Keiko y no al comité disciplinario– era una provocación: su embozado tono de ultimátum, la retórica norcoreana con la que los remitentes hablaban de “nuestro querido colega congresista Kenji Fujimori” y, por supuesto, las firmas, que daban nombre y rostro a los fantasmales miembros ‘kenjistas’ de la bancada sobre los que, hasta ese momento, solo se había especulado. 

La sanción, como se sabe, ha dado pie a que el ingeniero Fujimori defina públicamente su preferencia por el benjamín de la familia y a que este ratifique su perfil de rebelde justiciero ante una platea siempre dispuesta a dejarse deslumbrar por los trucos teatrales. Es decir, el mejor de los mundos para Kenji, al que los reproches de sus allegados por haber divulgado una carta que supuestamente iba a circular solo dentro de la cofradía naranja le deben haber parecido un costo menor y previsible. Total, él la pega de buen hijo y de defensor de los intereses populares más allá de los encasillamientos partidarios, mientras Keiko queda como la eterna amargada por la derrota electoral que, en su camino al tercer intento de llegar al poder, está dispuesta a arrasar con amigos, enemigos y parientes.

¿Cómo así puede ella haberse dejado enredar en un juego tan pero tan obvio? La respuesta está a la vista. Sobre todo en estos días, en los que, como decíamos al principio, la gente la tiene presente principalmente porque es hermana de Kenji.

Esta columna fue publicada el 22 de julio del 2017 en la revista Somos.