Todos somos esclavos de nuestras palabras, pero nadie sufre esa esclavitud tanto como los políticos. Con frecuencia pronuncian ellos frases que en un primer momento se les antojan luminosas pero que luego se revelan desafortunadas, y verlos ejecutar entonces volteretas retóricas para tratar de demostrar que no dijeron lo que dijeron se convierte en un espectáculo entre penoso y divertido: los audios en los que se los escucha desbarrar se tornan de pronto sospechosos de adulteración, las torpezas encerradas entre comillas resultan siempre citas fuera de contexto y las críticas al enemigo de ayer que hoy buscan como aliado no fueron –según venimos a enterarnos– lanzadas a título personal, sino en representación de otros…
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Los recientes intentos de Daniel Salaverry por persuadirnos de que en el 2017 pidió la renuncia de Martín Vizcarra a la vicepresidencia solo en cumplimiento de su función de vocero de la bancada fujimorista son un buen ejemplo de esto último. “Yo creo que no basta con la renuncia al Ministerio de Transportes, creo que [Kuczysnki] debería exigirle su renuncia a la vicepresidencia”, fue la condena que le dedicó en aquella ocasión a su actual socio político. Y la verdad es que se hace un tanto difícil distinguir una voz distinta a la suya en el minucioso uso de la primera persona del singular al que recurrió al decir “yo creo”.
–Erizamiento capilar–
En un atolladero parecido se encuentra en estos días la candidata presidencial de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza. En entrevista concedida al programa periodístico 2021 y ante la pregunta de si descartaba recurrir, en un eventual gobierno suyo, “a la emisión de dinero en el BCR” para propiciar una supuesta reactivación de la economía, ella respondió: “Es una posibilidad que se evaluará en su momento”. Y, justificadamente, ardió Troya.
Como dolorosamente aprendimos los peruanos durante el primer gobierno de Alan García, esas emisiones de dinero son la receta segura para producir pavorosas inflaciones en cualquier lugar del mundo… lo que, por supuesto, no disuade a gobiernos izquierdistas de Latinoamérica, como los de Venezuela y Argentina, de seguir aplicándola. En nuestro país, no obstante, la dura lección dio por lo menos pie a que se incluyeran en la Constitución disposiciones sobre la autonomía del BCR y una prohibición expresa a que este concediese “financiamiento al erario” (una forma sofisticada de aludir precisamente a la emisión de dinero).
Es de imaginar, entonces, el erizamiento capilar que produjeron las palabras de la señora Mendoza. Particularmente, en la medida en que ella ha hecho de la idea de licenciar la actual Carta Magna y producir otra intervencionista en su lugar su principal bandera de lucha en la campaña electoral en marcha.
Advertida sobre el follón, al parecer, por los improbables expertos en economía que la asesoran, la candidata de Juntos por el Perú trató de hacer al día siguiente lo que todos los políticos en su situación hacen: negar que había dicho lo que todos escuchamos, o afirmar que había dicho algo distinto. “Lo dije en entrevista ayer y así consta en nuestro plan de gobierno: el BCR será autónomo y controlará la inflación. No queremos repetir la ‘maquinita’ de los 80, no queremos hiperinflación. Sería absurdo”, escribió en su cuenta de Twitter. Y seguro hasta se sintió una entendida en la materia al usar la vieja expresión “maquinita” para aludir a la emisión inorgánica de billetes.
Pero de entendida, lamentablemente, la señora no tiene nada. Y lo cierto es que no tiene tampoco manera de sacudirse convincentemente las esquirlas de su ingenioso comentario. El asunto es muy sencillo: si ella creyese en la autonomía del BCR y estuviese efectivamente dispuesta a respetarla de llegar al poder, ¿en qué demonios consistía la “posibilidad que se evaluará en su momento” a la que se refirió en la entrevista ya mencionada? Pues obviamente en hacer, a imitación de los regímenes de sus amores, lo que ahora dice rechazar.
En nuestro país, los candidatos presidenciales que no obtienen la victoria en un proceso electoral suelen entrar en una especie de hibernación hasta las próximas elecciones. Lo que sucede con Verónika Mendoza, sin embargo, es un poco distinto. Ella daría la impresión de haber despertado de un sueño un tanto más largo. Como si fuese una ‘Austin Powers’ de la política, parecería haber sido congelada en la época de la guerra fría y vuelta a la vida en pleno siglo XXI sin que nadie le explicase que la planificación central y el dirigismo económico terminaron de demostrar su inoperancia con la caída del Muro de Berlín, hace más de 30 años.
–Otras evaluaciones–
La única ‘maquinita’ sobre la que podría tener nociones claras, en consecuencia, sería la maquinita del tiempo en la que alguien la habría hecho viajar al presente desde los días gloriosos en que, por ejemplo, nadie se atrevía a decir que la “revolución cubana” era una satrapía feroz y un fracaso económico de proporciones.
En esta pequeña columna, estamos convencidos de que la frase que se le ‘chispoteó’ la semana pasada al aire no es otra cosa que un anuncio meridiano de lo que ella quisiera hacer con la Constitución y la economía del país si llegase a Palacio. Y ojalá que a alguien se le ocurra preguntarle pronto por la tesis del partido único y el control estatal de la prensa, porque en una de esas resulta que también son posibilidades que se evaluarán en su momento.