Mario Ghibellini

La devaluación no es un problema que afecte solamente a las monedas. También las palabras pueden ver de pronto su valor menoscabado por usos antojadizos que acaban por ganar una cantidad suficiente de fulanos dispuestos a acogerlos.

Eso es lo que ha ocurrido, en opinión de esta pequeña columna, con la palabra ‘narrativa’, que antes servía para aludir con una sola expresión a las especies literarias herederas de la épica –la novela, la novela breve y el cuento– y, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en un término para identificar discursos que ofrecen versiones de la realidad dotadas de alguna lógica interna, pero que bien pueden prescindir de los hechos. Lo primero es ficción; lo segundo, mentira. De manera que hay algo esencial que se pierde en el camino cuando se extiende el universo de aquello que la palabra en cuestión denomina. El proceso, sin embargo, es inexorable. Sobre todo, si los que adhieren el uso vanguardista del viejo vocablo creen que han descubierto un truco para ganar prestigio intelectual. La nueva acepción de ‘narrativa’, en consecuencia, ha llegado para quedarse. Pero no por eso tenemos que caer en el truco.

–Ejercicio oratorio–

El término de marras, en cualquier caso, ha ganado recientemente popularidad entre nosotros para darles nombre a las versiones sobre el golpe de y su posterior encierro que esparcen ‘urbi et orbi’ algunos de sus valedores más esforzados. Concretamente, esa encarnación latinoamericana de los Hermanos Caradura que conforman los presidentes de México y Colombia, y las embajadoras criollas del embeleco: doña Lourdes Huanca, la congresista Margot Palacios y la exministra de la Mujer, Anahí Durand. Con las variantes que todo relato oral supone, tales personajes les cuentan a quienes quieran escucharlos que en realidad Castillo no dio un golpe, sino que lo recibió y que la prisión preventiva a la que está sometido está reñida con la ley.

La lógica con la que intentan darle consistencia a su fabla temeraria, por otra parte, a duras penas merece esa calificación. La oligarquía y sus socios extranjeros, según ellos, no podían permitir que un humilde maestro de escuela rural siguiese gobernando el país y atentando contra sus privilegios, así que conspiraron contra él –junto al Ministerio Público, el Poder Judicial, una mayoría congresal y los medios limeños– y lo acusaron de corruptelas que no existían para llevarlo a una situación desesperada, que fue la que precipitó el mensaje del 7 de diciembre. Un mensaje, además, que fue un ejercicio oratorio sin consecuencias. Vamos, palabras lanzadas al viento que los mandos de las Fuerzas Armadas y la policía no debían tomar en serio y menos como razón para detenerlo y encerrarlo en la fría celda que hoy ocupa.

En una de las variantes antes mencionadas, se añadió un detalle que constituye una cumbre de aquello que el lenguaje popular conoce como ‘jeta’. Es decir, descaro, desfachatez, morro olímpico. De acuerdo con algunos de los cultores de la cháchara recién ascendida a narrativa, el bucólico pedagogo habría sido drogado. Alguno de sus cortesanos –los sospechosos preferidos son un anciano alunado y una ordenanza de fajín y modos marrulleros– le habría espolvoreado en su tecito una sustancia de propiedades análogas a las del chamico para quebrar su voluntad y sus convicciones republicanas, y hacerle leer un pronunciamiento que él no había preparado. Un bulo del que lo único que se puede creer es lo último.

De cualquier forma, esas fabulaciones lograron cautivar a cierta audiencia durante un par de meses. Es difícil saber de qué tanta credibilidad gozaron en cada país los corresponsales de la prensa extranjera que decidió comprarse la paparrucha que reseñamos líneas arriba, pero aquí una encuesta de Ipsos reveló que un 51% de los consultados estaba persuadido de que Castillo había sido víctima y no victimario. Y esas son cifras mayores.

Como Abraham Lincoln sabía, sin embargo, es posible engañar a todo el mundo por algún tiempo e incluso engañar a algunos por tiempo indeterminado… pero engañar a todo el mundo todo el tiempo es ya un negocio más complicado. Sobre todo, si hay videos que demuestran exactamente lo contrario a lo que el tango de ocasión intenta imponer como verdad. En ese sentido, el detrás de cámaras del golpe que la congresista Patricia Chirinos puso al alcance de la prensa el domingo pasado liquidó de un plumazo la especie del maestrito narcotizado. En esas tomas, en efecto, se ve al dictador en ciernes calentando, repartiendo instrucciones y mohines coquetos entre sus ujieres; y, por encima de todo, en perfecto dominio de sus modestas facultades. Castillo quiso golpear y golpeó. Que después todo derivase en una ‘plancha quemada’ de proporciones es un problema distinto.


–Colorín colorado–

No fue ese, por otro lado, el único choque de la narrativa mentada con la realidad ocurrido durante los últimos días. La prisión preventiva dictada el jueves contra el expresidente por el Poder Judicial por acusaciones de corrupción sugiere de manera enfática que las razones para tratar de intervenir el sistema de justicia le abundaban y, por lo tanto, desbarata las leyendas sobre su internamiento abusivo en una torre maldita. En lo único en que Castillo se parece a Rapunzel, pues, es en que la narrativa desplegada en torno a él es un cuento. Y en que, colorín colorado, ese cuento pronto habrá acabado.

Mario Ghibellini es periodista