Mario Ghibellini

Los congresistas son una especie sufrida. No importa lo que hagan, la ciudadanía los desaprueba abrumadoramente. Hace aproximadamente un mes, una encuesta de Ipsos reveló que les bajaba en ese momento el pulgar al bulto; es decir, sin distinguir entre los de la bancada de aquí y los de la bancada de más allá. Y nada indica que desde entonces las cosas hayan cambiado para mejor.

En vano repiten los integrantes de la representación nacional frente a las cámaras que los parlamentos son impopulares en todo el mundo. Esa afirmación, que encierra una verdad profunda, no les sirve de consuelo cuando llegan a casa, se miran en el espejo y tratan de identificar qué rasgo de su aspecto o de su alma los ha vuelto tan repelentes para el prójimo. ¿No fue hace solo un año que un impetuoso grupo de compatriotas votó por ellos y los colocó en la curul que hoy ocupan? ¿En qué recodo del camino perdieron el encanto que los hizo triunfar en las ánforas? Con esas y otras preguntas rondándoles la mente, los legisladores de toda laya se persuaden pronto de que no hubo mejor tiempo para ellos que el de la campaña… y entonces se produce el descalabro.


–Los plagiarios del centro–

Si cuando prometían cosas irresponsables la gente los quería, ¿qué tendrían que hacer ahora para recuperar ese cariño? Fácil, se dicen ellos: poner en vigencia las insensateces que prometieron originalmente. Con ese rudimentario razonamiento, se lanzan entonces a aprobar iniciativas como las que hemos visto esta semana. ¿La muchedumbre clama por hacer sin importarle las consecuencias que ello pueda acarrearle cuando le toque jubilarse? ¡Venga! Y ya que estamos en eso, ¿por qué no darle luz verde también para los que todavía tienen unos ahorritos que podrían alumbrarlos en un futuro trance de desempleo? ¡Adelante! ¡Vamos al carpetazo electrónico sin miedo! ¿Y qué tal de manera que los chicos no se queden sin el sueño de la carrera hechiza (y de paso complacemos a los dueños de los claustros de utilería)? ¡A ponerle ganas, muchachos! ¡El que no vota a favor es un tronchado!

Para que la figura quede clara, anotemos que el primero de los mencionados proyectos obtuvo 107 votos a favor, ocho en contra y dos abstenciones. El segundo, 107 a favor, uno en contra y dos abstenciones. Y el tercero, con cierto pudor, 68 a favor, 39 en contra y cinco abstenciones. En todos los casos, cabe destacar, los votos aprobatorios provinieron de un surtido de bancadas que difícilmente podrían considerarse afines.

La historia, por supuesto, enseña que estas orgias populistas no se traducen luego en recuperación alguna de la popularidad del , pero no importa: para los parlamentarios de ayer y de hoy, la posibilidad de alcanzar un resultado distinto haciendo siempre lo mismo sigue siendo el mayor combustible del quehacer cotidiano.

El problema que esta situación genera, no obstante, no se agota en los efectos perniciosos de las medidas tan imprudentemente puestas en vigor. Se agrava, más bien, a raíz de todo aquello que se deja de hacer por el afán de caerles en gracia a los sectores más ruidosos de la ciudadanía. Como, por ejemplo, fiscalizar a un Ejecutivo que día a día perfecciona más su semejanza a una banda no precisamente musical que opera en el centro de Lima.

Con las denuncias de plagio en la tesis que el actual presidente presentó en el 2012 para acceder al grado de magíster, el escándalo que ya suponía que el ministro de Educación, , y la titular de Trabajo, , hubiesen sido acusados de algo similar, alcanza niveles de paroxismo. Y sin embargo, más allá de ciertos carraspeos en una que otra bancada, el asunto no daría la impresión de levantar mayor indignación en el hemiciclo. La ministra Chávez, como se sabe, enfrentará en los próximos días una interpelación en el pleno, pero la eventual omisión de comillas en su tesis no es la más notoria de las motivaciones de la cita. A Serna, por otra parte, que debería haber sido pasado por el escáner ante la sola sospecha de haber incurrido en una práctica reñida con la ética educativa, lo han dejado silbando alegremente en su despacho. Y en lo que concierne al jefe del Estado y su ahora dudosa palabra de magíster, la reacción de los legisladores de oposición parece reducirse a cruzar entre sí comentarios del tipo “¡qué barbaridad!”, “¡cuánto descaro!”, mientras siguen aprobando macanas demagógicas.


–Presunto presidente–

Como se sabe, en el caso de nuestro presunto presidente, además, el entuerto no se limitaría . Incluye, también, la presentación de dos validadores de tesis que, según Reniec, no existen. O que a lo mejor comparten hoy escondite en la tierra de Nunca Jamás con los sobrinísimos .

Pero nada de esto, se diría, es capaz de alterar la agenda populachera de la pobre gente de la plaza Bolívar, que ante la más mínima oportunidad de demostrar que podría contribuir con la solución de este cuadro de miseria, se apresura a dejar en claro que es una parte esencial del problema.

Mario Ghibellini es periodista