Purple Haze, por Mario Ghibellini
Purple Haze, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

El candidato presidencial de Todos Por el Perú (TPP), , ha asomado la cabeza en las últimas encuestas y está pagando por ello. Por un lado, algunos de los demás habitantes de ese Lilliput que es el rubro ‘otros’ se han sentido traicionados por su modesto crecimiento y le han echado los perros encima; y por otro, los postulantes medianos que saben que los votos que solventan ese incremento han sido sustraídos de su gallinero, lo han tratado de arrochar sin disimulo. Nano Guerra García diciéndole que “salió del clóset” por haber declarado que está a favor de la Unión Civil es un buen ejemplo de lo primero. Y Kuczynski reclamando que él es ‘el original’ y Guzmán la copia, una clara expresión de lo segundo.

Los peores costos que ha tenido que afrontar este debutante de las ligas intermedias por su reciente escalada en los sondeos, sin embargo, son los que se ha infligido él mismo.

Doble soberbia

En concreto, el postulante de TPP ha sido víctima de una cierta obnubilación que, aparentemente, lo ha llevado a creer que está a las puertas de Palacio. “Ya tumbamos al primer dinosaurio”, escribió en su cuenta de Twitter apenas supo que había superado a Toledo en la intención de voto, y con ello incurrió en una doble soberbia. Primero, la de magnificar su pretendida hazaña sobredimensionando al contrincante caído (si Toledo es un dinosaurio, para aludir a García ya solo le va a quedar hablar del Kraken); y segundo, la de anunciar implícitamente que a ese inicial dinosaurio tumbado lo seguirán otros.

Como es obvio, lo que sugiere con esa poco sofisticada figura es que los candidatos que se dispone a jubilar representan una forma prehistórica de hacer política. Es decir, que son capaces de anteponer su apetencia de poder a cualquier principio moral o ideológico, de ofrecer lo que saben que no podrán cumplir y de culpar a cualquier prójimo de sus contradicciones o metidas de pata para salvar cara frente al electorado.

En medio del soroche de su ascenso, sin embargo, Julio Guzmán ha mostrado que si no cultivó antes alguna de esas mañas, fue solo por falta de oportunidad. Y que, más que una ola, lo que define su candidatura es una neblina morada que, como en una vieja canción de Jimi Hendrix, inunda su cerebro, lo hace actuar curiosamente y soñar que está besando el cielo.

Como Barney

El domingo pasado, efectivamente, durante una entrevista televisiva, el candidato que reivindica para su opción política el color de Barney se metió en un campo minado a propósito de la ley de consulta previa y dijo que, en un eventual gobierno suyo, no la mantendría.

“No la vamos a implementar porque se puede prestar a manipulación para ir en contra de quienes queremos defender”, sentenció con toda claridad. Y solo un día después, abrumado por las críticas que le llovieron por su revolucionaria determinación de convertir una ley ya aprobada en letra muerta, cambió de posición (“Yo creo en la consulta previa. […] Lo que vamos a hacer es que su implementación sea buena”, sostuvo esta vez) y pretendió además no haber dicho exactamente lo que dijo, echándoles la culpa del desaguisado a los periodistas que lo entrevistaron. “Parecían ametralladoras; no me dejaban espacio para responder”, se quejó consternado. Y allá en el panteón de los dinosaurios de la política peruana, el llanto de emoción por el brote de este retoño con escamas que ha aprendido a pronunciar sus primeros embustes ha de haber sido sin duda copioso.

(Publicado en la revista Somos el sábado 23 de enero del 2016)​