(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Mario Ghibellini

La congresista parece haber partido esta semana el comité de damas de en dos. Sus ásperas expresiones sobre el presidente de la República –“Confrontar para tapar su incapacidad y su ineptitud no es algo que el país necesita”, ha dicho en alusión al mandatario– provocaron, por un lado, el rechazo de sus compañeras Alejandra Aramayo, Leyla Chihuán y Karla Schaefer, así como el de la imprecisable Úrsula Letona (que, como en la ranchera, está que se va y se va, y no se ha ido de la bancada); y por otro, la solidaridad de Karina Beteta, Cecilia Chacón y Milagros Salazar.

Los caballeros del equipo parlamentario naranja, en cambio, darían la impresión de, por una vez, haber advertido lo que les conviene y se han exonerado de participar en la trifulca. Excepción hecha, por cierto, del almirante Tubino que, en tanto vocero del conglomerado, se ha sentido obligado a difundir la especie de que no se trata de una crisis interna, sino de un debate democrático. Una tesis con la que difícilmente concordarán las parlamentarias fujimoristas que, tras haber criticado a la señora Bartra con fórmulas mayormente edulcoradas, recibieron por vuelto la pulla: “Lamento disentir con algunas personas que creen que el rol de oposición es no señalar al gobierno lo que está haciendo mal”.

Fuera de los predios de Fuerza Popular, de cualquier forma, las condenas a la ex presidenta de la han sido más directas y han supuesto en algunos casos la inclusión de sus palabras en la categoría de ‘insulto’. ¿Pero se puede afirmar en realidad que las voces ‘incapacidad’ e ‘ineptitud’ (que, dicho sea de paso, son sustantivos y no adjetivos como ha postulado más de un congresista en estos días) son ofensas sin coartadas? A juicio de esta pequeña columna, el asunto merece por lo menos una reflexión.

—Palabras sin marca—

Empecemos por admitir que, al ser asociadas al proceder habitual de una persona –como en este caso–, elogios ciertamente no son. En una querella legal por injuria, sin embargo, sospechamos que no tendrían muchas probabilidades de prosperar.

Las palabras no se convierten en insultos simplemente por lo que significan. A veces dos expresiones más o menos sinónimas, como ‘necio’ e ‘imbécil’, caen a un lado u otro de la frontera entre lo que constituye un insulto y lo que no lo es, solo por la carga cultural o la reputación que arrastran. En buena cuenta, pues, estamos predicando lo mismo del individuo al que nos referimos con cualquiera de esos dos términos. La diferencia, no obstante, radica en que, en el segundo caso, recurrimos a un vocablo que socialmente está marcado como insulto.

¿Ostentan esa marca las palabras ‘incapacidad’ e ‘ineptitud’ en el castellano del que nos valemos para comunicarnos día a día los peruanos? Nos parece que no. Se diría, más bien, que la señora Bartra se ha mostrado como una hablante inusualmente sofisticada –para los estándares de quienes circulan por el Hall de los Pasos Perdidos, se entiende– al haber logrado su cometido fustigador sin pasarse de la raya. Su alegato de que ella solo estaba haciendo “un análisis frío de resultados” tiene, en consecuencia, de dónde cogerse.

No podemos ignorar, sin embargo, que los mensajes son siempre algo más que un mero discurso. El tono de voz, las pausas, los gestos… Todo aporta al efecto final de lo que se está intentando comunicar en una determinada circunstancia. Y en el caso de las declaraciones de la parlamentaria que nos ocupa esa regla también se cumple.

—Mamarrachos y rodilleras—

Hay, en efecto, algo habitualmente inquietante en sus pronunciamientos. Y que, en nuestra modesta opinión, tiene que ver con el contraste entre el canto melifluo y la sonrisa enigmática desde la que emite sus frases, y la naturaleza punzocortante de sus contenidos (no olvidemos que ella es también la que en otras anteriores ocasiones habló de “mamarrachos” y “rodilleras” al comentar las hazañas de sus enemigos políticos). Algo de eso ha pesado, quizás, en la impresión que el común de la gente se ha hecho de lo que sentenció sobre el presidente.

Pero hay más que decir acerca del reciente lance verbal de la congresista Bartra. Por ejemplo, que en un contexto en el que colegas suyas como la señora Mercedes Araoz se acaban de revelar, ejem, incapaces de pedir un aumento salarial llamándolo por su nombre, su honestidad expresiva luce por lo menos valiente.

En realidad, aun dentro del campamento de Fuerza Popular, antaño tan hostil hacia el gobierno por hobby o rencor, la ex presidenta de la Comisión Lava Jato aparece hoy como la solitaria cruzada de una causa perdida. Porque la soberbia y el desplante abusivo no parece que vayan a ponerse otra vez de moda. Y ni siquiera puede decirse que podrían tener un efecto promocional en el ahora reducido coto de los votantes fujimoristas (pues, como se sabe, reelección parlamentaria en el 2021 no va a haber). Y sin embargo ella se empeña en cultivar con ortodoxia la tradición partidaria.

Mientras sus antiguos compañeros de viaje en la ‘mototaxi’ –conductora incluida– han pasado a la clandestinidad o ensayan muecas para decir algo fingidamente amable sobre el gobierno, ella insiste en dedicarles denuestos apenas maquillados a sus viejos y nuevos representantes. Estamos, sin duda, ante la última fujimorista.