Hace poco más de una semana, el rumor de que el expremier Vicente Zeballos sería enviado como embajador a un lugar todavía incierto levantó voces de protesta. ¿Se pretendía acaso “premiar” con ese nombramiento al jefe del gabinete que nos dejó como estamos, o era esa iniciativa parte de un plan secreto para producir una ruptura de relaciones con algún país inamistoso?
Como en los días siguientes la supuesta designación no se materializó, la pregunta quedó en el aire. Pero ahora, ante la noticia de que el ex ministro de Salud, Víctor Zamora, ha sido convocado como consultor de la Presidencia del Consejo de Ministros para –según ha dicho– “seguir apoyando en la lucha contra la pandemia”, valdría la pena reconsiderar la idea. ¿No sería mejor, decimos nosotros, enviar a los dos a un reino remoto con un encargo diplomático intrincado y la instrucción de no volver hasta haberlo cumplido? Estamos hablando, no lo olvidemos, de los estrategas de la cuarentena que terminó con, por lo menos, cuatro mil veces más contagiados que con los que empezó, con un número de víctimas mortales cuyo pavoroso alcance recién estamos conociendo y con la economía del país devastada. Y sobre todo, de los titulares del pasmo con el que, por casi dos meses, se contempló desde el Gobierno la donación de oxígeno ofrecida por la Southern, mientras en el sur tanta gente moría por la falta de eso mismo.
¡Por algo fueron retirados del equipo ministerial! En el caso de Zamora, además, tras solo 117 días de haber asumido el cargo. ¿Qué puede haber impulsado entonces al presidente Vizcarra a ofrecerle una nueva ubicación en el Estado? ¿Jugará acaso tenis el exministro? Quién sabe. Pero, en cualquier caso, no ha sido ese el único reestreno dispuesto en estos días por el mandatario.
— Primo supernumerario —
El último reporte oficial disponible al momento de escribir estas líneas indicaba que la cifra de nuevos infectados registrados en las pasadas 24 horas llegaba a 9.441; y la de fallecidos “con pruebas de laboratorio positivas”, a 25.648. Esto para no hablar de los informes que indican que el Perú ya habría pasado a ocupar el primer lugar en el siniestro ranking de muertes por millón de habitantes en América Latina.
No es de extrañar por eso que, el miércoles de esta semana, el presidente Vizcarra reapareciera en las pantallas para anunciar medidas presuntamente destinadas a controlar el rebrote de un mal que nunca se fue. Lo curioso es que, en muchos casos, tales medidas fueron exactamente las mismas que se habían aplicado hasta antes del 1 de julio, con los resultados que conocemos. Entre ellas, la extensión de la cuarentena focalizada a una serie de regiones y provincias, y el retorno a la inmovilización obligatoria los domingos. Levantó la voz el jefe de Estado, adicionalmente, para declarar prohibidas las reuniones sociales y familiares (que ya estaban prohibidas); y se ensañó en particular con los “quinceañeros” y las pichangas de fin de semana.
Como se ve, por severidad, no se quedó. Pero pasado el aturdimiento que producen en un primer momento anuncios como estos, surge naturalmente una serie de preguntas sobre su efectividad y racionalidad.
En esta pequeña columna, por ejemplo, nos hemos quedado dándoles vueltas a las siguientes perplejidades. ¿Aparte de estar focalizada, en qué se diferenciará esta cuarentena de la que no funcionó meses atrás? ¿Con qué estudios esotéricos han determinado que el encierro específicamente dominguero reducirá los contagios? ¿Cómo harán para asegurar que las familias no se reúnan los otros días de la semana? ¿Van a hacer “rastrillajes” para comprobar si por ahí hay un primo de más en los almuerzos sabatinos de tal o cual distrito?
No, pues. Lo que ocurre es que el presidente no tiene ideas nuevas acerca de cómo enfrentar el virus… Y en consecuencia, desenfunda otra vez las viejas, pero las presenta en tonos estentóreos. Su consigna parece ser: si no sabes cómo combatir la pandemia, por lo menos haz unos anuncios ruidosos que por un rato den la sensación de que estás reaccionando ante el problema con energía. Un poco a la manera del presidente ruso, Vladimir Putin, al proclamar que ya tiene una vacuna contra el COVID-19 en la que nadie confía.
— Monday, monday —
Bajo el fragor de las prohibiciones reinstaladas, además, pasan desapercibidas las admisiones “fácticas” de las barbaridades cometidas hasta ahora por el Gobierno en su escaramuza con el coronavirus. “Nunca debió replegarse el primer nivel de atención”, dijo por ejemplo el miércoles un Vizcarra reacio a utilizar la primera persona cuando de enumerar sus propios despropósitos se trata (en la frase de la que se valió daría la impresión de que el primer nivel de atención se replegó a sí mismo). Mientras que la ministra Mazzetti deslizó en estos días que las pruebas moleculares reemplazarán “poco a poco” a las rápidas en la detección de la infección. “Teníamos que usar de todas maneras las pruebas rápidas, pero no es lo mejor; lo mejor es la molecular, eso es claro”, sentenció… muy lejos de los tiempos en los que los voceros del Gobierno fustigaban a quienes les observaban precisamente eso. Pero, por el momento, pocos lo notan.
El tiempo ganado por el presidente con sus vacunas rusas, sin embargo, durará, máximo, lo que un buen ‘kazachok’, pues pronto, la gente descubrirá que los lunes por la mañana el virus la seguirá esperando en la puerta de su casa. Y recordará, sin nostalgia, los días en que Zamora era el ministro de Salud.