(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

Cuando el desconcierto se apodera de ellos, los gobernantes hacen cosas extrañas: Kuczynski bailaba, camina.

En menos de un año, efectivamente, el actual presidente ha guiado dos excursiones a pie de Palacio de Gobierno al en un supuesto afán de presionar a la representación nacional para que apruebe proyectos de reforma que lo desvelaban o lo desvelan. Y decimos ‘supuesto’ porque si bien es muy probable que hayan sido sus asesores de imagen quienes le sugirieron el reiterado gesto, no se puede descartar que la recomendación proviniese en realidad de su médico.

De cualquier forma, en agosto del año pasado el mandatario hizo la referida peregrinación en compañía de su entonces premier, César Villanueva; y ahora la ha vuelto a hacer, flanqueado por el sucesor de este, , y por el titular de Justicia, Vicente Zeballos.

Hay que decir que el trote de los tres lucía este martes atlético y determinado, casi una estampa de promoción para los Panamericanos que se nos vienen. Pero, habida cuenta de que solo unos días antes Del Solar sonó muy resignado ante el archivamiento del proyecto de reforma sobre la inmunidad parlamentaria del Ejecutivo (“Se ha perdido la oportunidad de mirar un poco más a fondo uno de los temas que puede ganar confianza en la ciudadanía”, declaró), no es descabellado asumir que la idea lo pueda haber cogido por sorpresa. Y que, mientras cruzaban calles y plazas del Centro de Lima, le haya susurrado disimuladamente al presidente: “¿A dónde vamos, Martín?”.

—Pasito a paso otra vez—

Nadie puede ignorar, desde luego, que las marchas tienen un cierto pedigrí en la historia como recursos para lograr determinados propósitos políticos. Mussolini y Mao –no precisamente dos héroes de la democracia– encabezaron, por ejemplo, unas que terminaron encumbrándolos en el poder. Y se puede recordar también la de los Cuatro Suyos, que marcó el inicio del fin del fujimorato. Pero la identidad de quien la lideró, eso sí, tiene que ser vuelta a discutir porque, en lo que concierne a Toledo, ahora resulta claro que solo estaba allí para ensayar el paso de Johnnie Walker.

Al presidente Vizcarra, por su parte, la primera caminata hasta el Congreso le funcionó bien. No solo produjo el efecto deseado en las bancadas que estaban tratando de darle largonas a la reforma del sistema de justicia, sino que le granjeó algún aplauso entre los ciudadanos que lo veían pasar e impulsó a un puñado de legisladores y hasta al presidente del Parlamento a darle la bienvenida.

Esta segunda vez, en cambio, las reacciones negativas no han excluido al oficialismo (“El gesto ha sido equivocado”, ha dicho el congresista Carlos Bruce) y Salaverry por poco no salió a ladrarle. Su lectura del momento político, pues, no parece haber sido la mejor y su evaluación sobre el desgaste que sufre un truco cuando se lo repite, tampoco.

De hecho, las encuestas indican que la mayoría de gente no siente que con la reforma política se esté jugando algo medular para el futuro del país (según Ipsos, el 67% de los peruanos simplemente no sabe que el Ejecutivo ha presentado proyectos sobre el particular al Congreso). Y si bien la intangibilidad de la inmunidad parlamentaria –motivo central de la marcha– irrita a todos los que estaban prestando atención mientras los otorongos trataban de proteger al hoy prófugo general Donayre, pocos lucen dispuestos a acompañar al gobierno en su pretensión de que ese asunto deba concentrar la casi totalidad de sus energías.

—Gobernar no es pasear—

¿Qué se conseguiría, en efecto, con una modificación de la referida inmunidad de acuerdo con lo planteado por el Ejecutivo? Pues probablemente que tanto parlamentario canalla vaya más rápidamente a prisión y deje de tener la oportunidad de escaparse, lo que por cierto estaría muy bien. ¿Pero es eso a estas alturas todo lo que podemos esperar de este gobierno?

El presidente Vizcarra ya tiene más de un año en el poder y el amigo Del Solar, casi tres meses en la Presidencia del Consejo de Ministros; y la economía o la seguridad no darían la impresión de estar enrumbándose hacia la mutación cualitativa que debería corresponder a las ofertas de “cambio de la historia” que hemos recibido. En realidad, ni siquiera sabemos si se han incrementado los vuelos al Cusco para potenciar el turismo, como se prometió en marzo.

El gran aspaviento de la procesión hacia el Congreso, en consecuencia, no debería distraernos. Las dimensiones épicas de las que se pretende dotar a ese simple ejercicio no se justifican. Gobernar no es pasear, ni dedicarse monográficamente a uno de los infinitos retos que toda administración tiene al frente cuando asume la responsabilidad para la que pidió el voto. Y Vizcarra, no lo olvidemos, estaba en la fórmula presidencial que lo hizo a nombre de Peruanos por el Kambio en el 2016.

Apresurémonos a aclarar que no creemos en esta pequeña columna que se trate de un problema de poca afección al trabajo por parte de nuestros actuales gobernantes. La opción alternativa que eso sugiere, sin embargo, es en el fondo peor: o simplemente no saben qué hacer o, sabiéndolo, se mueren de miedo de hacerlo.

El tiempo sigue corriendo y malgastarlo en agitar el fantasma de la disolución del Parlamento o declaraciones melodramáticas como “si quieren sacar una ley con nombre propio que diga que Martín Vizcarra no puede postular a la reelección, que lo hagan” es absurdo. Quienes están actualmente en el Ejecutivo deberían dejar esas futilidades a los voceros de las bancadas que están por abordar la nave del olvido y ellos dedicarse más bien a concretar algunas de las promesas que hicieron al iniciar su paso por el poder. Porque el anhelo de que caminar hasta el Congreso sea contado por la gente como un logro de este gobierno no tiene pinta de materializarse pronto.