Clavos, alfileres y empujones pélvicos

Muchos pervertidos son hijos de la represión, por eso hace falta educación sexual
Clavos, alfileres y empujones pélvicos

He oído a cucufatos chantarnos, a los liberales, la proliferación de enfermos sexuales. En su visión, los mañosos serían los primeros en usufructuar, de mala forma, la tolerancia sexual que reclamamos al mundo. No señores, los liberales solo preconizamos el sexo seguro, responsable y respetuoso de los demás. ‘No es no’, cualquiera sea tu género y orientación.

 Por el contrario, he leído testimonios y visto casos de muchos psicópatas que se confiesan hijos y nietos de la represión sexual . Alumnos laicos perturbados por una educación religiosa. Como no tuvieron en su juventud o no tienen en su triste adultez de solterones arrimados a familias conservadoras, libertad y autoestima  para ejercer relajadamente su sexualidad; entonces, la explayan en el clandestinismo de las redes, en la oscuridad de un parque, en el anonimato amontonado del Metropolitano. Si fueron educados en el prejuicio de que el sexo es siempre turbio, igual turbiedad encontrarán en una relación consentida que en un acoso. Si les tatuaron en la mente la idea de que el sexo es enfermizo y hay que sublimarlo, entonces, cuando descubren que les es imposible sublimarlo, que la libido es más fuerte que ellos; se alteran hasta tener comportamientos psicopáticos.

Por supuesto, hay perversiones enraizadas en congénitos trastornos de la personalidad que se expresarían en cualquier sociedad. Y hay otro grupo de perversiones que se alimentan de la liberalidad hacia la pornografía y los lugares de libre intercambio sexual. No conozco estadísticas que establezcan cuántos actos de pervertidos se explican por la represión del contexto y cuántos por la libertad del contexto; cuantos pedófilos fueron, en su niñez, chicos tímidos y reprimidos, y cuantos otros fueron manipuladores que siempre se salieron con las suyas . Presumo que son más los Norman Bates de “Psicosis” y sus descendientes cortanalgas peruanos, que los violadores que tuvieron desde siempre la libertad y los recursos para hacer lo que les viniera en gana.

Aquí me tengo que detener un momento. Por supuesto, que en el grueso de las violaciones, la mayoría es de patanes libertinos que no necesariamente ha sufrido represiones o traumas infantiles. Pero no creo que ese tipo de violadores encaje en el perfil del pervertido sexual promedio. Sus crímenes sexuales son el ejercicio del machismo en un contexto de violencia extrema o de crispación familiar donde todos dependen de él.

Pero no quiero hablar ahora de esa violencia extrema. Mi rollo va hacia el pobre diablo detenido y eventualmente preso porque se escudó en el anonimato del bus, para meter mano temblorosa, para sobarse solapa, para exhibir los genitales ante alguien que lo mire pero que no lo reconozca. ¿Quién lo va a reconocer si, en su baja estima, no es nadie para que ser reconocido, menos para ser elegido?  Pienso en el pobre tipo que molestó a Magaly Solier y que, tras encajar la cachetada que ella le pegó, echó a correr.

Muchas veces, cuando veo a uno de esos pervertidos pillados en la TV, percibo en lugar de arrepentimiento, la rabia del que siente que lo están acusando por hacer lo mismo que hacen todos alegre e impunemente.  ‘De todas las putas mujeres del mundo me tuvo que tocar una que se computa digna’, se lamentará el infeliz. Pues tendrá que rumiar su rabia en prisión, si reincide y la pena suspendida o el trabajo comunitario, no fue suficiente.

A estos hijos chuecos de la represión y del trauma, no se les puede responder con clavos y alfileres, como clama Ana Jara, ministra de Trabajo y ex ministra de la Mujer. Son agresores sexuales en el sentido en que están invadiendo un espacio ajeno; pero su agresión no conlleva violencia física, sino simbólica. No hay golpe sino roce (frotismo o froteurismo, se llama técnicamente tal perversión).

La mejor respuesta a ellos no es ni siquiera el bofetón, sino exponerlos al pacífico abucheo hasta que sean detenidos. Y trabajar en la prevención como pide la actual ministra Carmen Omonte  (que sospecho que cada que la aguerrida  Jara se mete en su cancha la quiere tanto como Cecilia Tait a Cenaida Uribe) ¿Cuál es la mejor prevención? Pues la educación sexual que oriente, sin prejuicios represores, sin traumas ni complejos, para que los hombres no se estén frotando subrepticiamente contra nadie, sino practicando el empujón pélvico (gracias Marco Aurelio, por iluminarnos en tu última columna) firmes pero relajados. Y con quien se los consienta, como Dios manda.      

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