El deseo de ser doctor, por Gonzalo Portocarrero
El deseo de ser doctor, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

El doctorado es el nivel más alto de estudios en la universidad. El seguimiento de cursos y, sobre todo, el logro de una tesis mediante una investigación propia, aunque debidamente supervisada, implican que se han plasmado capacidades que habilitan a su autor a elaborar conocimientos por su cuenta y riesgo. 

Aunque no es necesario que un investigador sea doctor para que pueda contribuir al conocimiento de una realidad, es un hecho que los estudios de doctorado, y la investigación que lleva a la elaboración de la tesis respectiva, representan una gran facilidad para quien quiere desarrollar una carrera científica o enseñar en los niveles más altos y exigentes de la universidad.

Pero en el caso del doctorado sucede lo mismo que en otros niveles del sistema universitario peruano. Es decir, el número de tesis es exiguo. Muchos proyectos, con todos los esfuerzos que pueden suponer, quedan interrumpidos para ser luego abandonados. Llama la atención la inconsecuencia: de un lado la ilusión que produce la expectativa de ser doctor pero, del otro, la falta de un compromiso firme para culminar los trabajos de tesis. 

El deseo de ser doctor es complejo pues se nutre de diversas fuentes. La importancia que se asigna al grado de doctor suele desbordar cualquier expectativa económica, incluso va más allá de adquirir una calificación extra que pueda favorecernos en algún concurso. También excede la pretensión de convertirse en un investigador, en un científico profesional. 

No es que esas razones no sean importantes. Pero el afán por ser doctor va más allá. En el Perú, el ‘doctor’ es una figura de respeto a la que no se le habla de tú, sino de usted. Entonces, pacientes y clientes se refieren a sus médicos o abogados como doctores aun cuando estos profesionales no han seguido, necesariamente, los estudios respectivos. Se presume que una persona bien vestida y bien hablada debe ser un doctor y se le nombra como tal. La atribución de ‘doctor’ funciona, pues, como un título de nobleza, como fundamento de una consideración especial que implica colocarse en el papel de servidor. 

En realidad, el deseo de educarse tiene raíces muy hondas en nuestra historia. En mucho corresponde al anhelo de reconocimiento en una sociedad que, como la peruana, tiene la manía de construir jerarquías, haciendo sentir a unos que son superiores y a otros que son inferiores. El término ‘doctor’ tiene, pues, vastas resonancias. Se usa mucho en la vida cotidiana estimulando reconocimientos y modos de relación marcados por una desigualdad que se vive legítimamente, ya que, se supone, resulta del esfuerzo para adquirir capacidades. 

Hasta el día de hoy médicos y abogados son nombrados, automáticamente, como “doctores”. Gente que posee un conocimiento que nos puede ser útil. Y que los legos no poseemos ni remotamente. Mejor halagarlos. El deseo de ser doctor se inscribe en el llamado “mito de la educación”, en el conjunto de creencias que señalan que cursar estudios superiores es el camino para lograr una posición social y económica exitosa. 

No obstante, el fin de esos estudios no es necesariamente interiorizar el aprendizaje como posibilidad de renovación creativa del saber. Se trata más bien de acumular conocimientos en una perspectiva utilitaria desligada de una vocación por el aprendizaje. Dos serán las consecuencias de esta actitud. La primera es la aceptación de las “modas del momento”, y la segunda, la falta de espíritu crítico y de verdadera pasión por el conocimiento. Es decir, una educación que se funda en una actitud dogmática que alimenta la repetición enfriando cualquier entusiasmo por el saber. 

Tenemos entonces la producción de muchos profesionales poco calificados y de difícil empleabilidad que pugnarán por convertirse en funcionarios del Estado. Los sueldos no serán muy altos, pero las posiciones son relativamente seguras y el trabajo no es recargado.

Es indudable que es necesario estimular la formación de doctores en la universidad peruana. Pero esos estudiantes de doctorado tendrían que entender sus estudios como parte de una carrera científica, como gente convencida de que se debe aprender en un diálogo con la realidad y que la memorización de contenidos es solo un primer paso en la producción de conocimientos. La producción de una “masa crítica” de doctores debe ser una prioridad para la política educativa, pues así se elevará la calidad de la enseñanza en todo el sistema educativo.

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