Editorial: Dudan, luego insisten
Editorial: Dudan, luego insisten
Redacción EC

El domingo pasado, en una entrevista televisiva, la congresista de y vicepresidenta del Congreso, , volvió sobre un tema que en el fujimorismo se ha vuelto ya tópico: la puesta en tela de juicio del triunfo de en las últimas elecciones presidenciales.

“Tenemos dudas con respecto al resultado. Sí, tenemos que decirlo. Jamás se investigó eso”, afirmó. Para luego –en alusión al poder del actual mandatario– agregar: “Pero las elecciones terminaron en julio y jamás hemos cuestionado la legitimidad de su ejercicio”. Sin embargo, más allá del detalle de que las elecciones terminaron en realidad un mes antes de lo que ella dice, las dudas que expresa sí constituyen un cuestionamiento de la legitimidad con la que el jefe de Estado sostiene las riendas del Ejecutivo. Primero, porque en sus palabras desliza la especie de que habría algo todavía pendiente de investigación en los referidos resultados. Y segundo, porque su injustificada suspicacia frente a ellos no es un fenómeno aislado dentro de FP.

Hace poco más de una semana, efectivamente, el vocero de la bancada fujimorista, , se pronunció en el mismo sentido. “Considero que Keiko no ha perdido la última elección”, aseveró en una entrevista concedida al diario “Gestión”. Y también: “Hemos aceptado el resultado electoral, pero yo creo que no fue así”.

Y en realidad, se podría rastrear el origen de este ensombrecimiento del veredicto de las urnas hasta el discurso que pronunció la propia el 10 de junio del año pasado, en el que supuestamente reconocía su derrota. En , la ex candidata presidencial calificó los resultados emitidos por la ONPE de “confusos”, y formuló por primera vez la teoría de la conspiración que hasta ahora se distingue detrás de muchas de las iniciativas del conglomerado naranja dentro y fuera del Congreso.

“En la segunda vuelta se sumaron a nuestro opositor el poder político de este gobierno que se va, el poder económico y el poder mediático”, sentenció en aquella oportunidad. Y la circunstancia de que luego no asistiera a saludar al ganador de las elecciones, como hicieron prácticamente todos los otros postulantes que habían participado de la contienda electoral, alimentó la impresión de que existía una negación, más bien fantasiosa, de las cifras que arrojó el conteo de votos oficialmente.

Quizás nadie expresó tan bien ese sentimiento como la actual presidenta del Parlamento, Luz Salgado, quien por esos días respondió, a la inquietud de una periodista sobre por qué no aceptaba el triunfo de PPK a pesar de que ya solo quedaba por resolver un grupo de actas observadas que no podían cambiar el resultado final, con la demanda: “Déjame con mi esperanza. ¿Por qué me la vas a quitar?”.

El problema de la subsistencia de esa quimera en la mente de la primera mayoría parlamentaria, empero, es que pone constantemente en entredicho la solidez de una de las columnas del Estado de derecho y el orden constitucional. A saber, que quien obtiene en la segunda vuelta la mayoría de los votos, por estrecha que esta sea, accede legítimamente al poder y debe ejercerlo. Cada duda manifestada por ellos, en consecuencia, no es una mera perplejidad metafísica modulada en voz alta, sino la insistencia en el socavamiento de las reglas de juego que se comprometieron a respetar desde el momento en que se inscribieron en el proceso electoral. Porque la duda, como es obvio, se extiende a las bases mismas del mecanismo por el que se determina cada cinco años quién debe gobernar el país.

La admisión de los resultados electorales no puede ser una concesión generosa, o la resignación por razones no explicitadas a una circunstancia que en el fondo se juzga espuria, como se desprende de las distintas intervenciones de los voceros de FP, sino el acatamiento de lo que la Constitución ordena a todos los que le han jurado lealtad. Lo demás es el aferramiento a un devaneo caprichoso.

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