Mitsuharu Tsumura junto al equipo de Maido celebra el logro en The World's  50 Best Restaurants 2025.
Mitsuharu Tsumura junto al equipo de Maido celebra el logro en The World's 50 Best Restaurants 2025.

Carol Núñez Vélez

Comunicadora y psicóloga

Por más creativa, agresiva o viral que sea una campaña de marketing, hay una verdad que siempre termina saliendo a flote: si lo que se promociona no tiene valor real, el entusiasmo no durará. En un mundo sobresaturado de estímulos, anuncios y promesas, la mejor estrategia de sigue siendo tener algo que valga la pena ofrecer. En otras palabras, ningún eslogan puede sostener una mentira por mucho tiempo. La calidad, en tiempos de sobreinformación, se impone.

Recientemente, el restaurante Maido, del chef Mitsuharu Tsumura, fue elegido el mejor del mundo. Este logro no solo celebra el talento y la creatividad culinaria peruana, sino que nos recuerda que ningún posicionamiento internacional se sostiene únicamente con una buena estrategia comunicacional. Detrás del éxito de Maido hay una propuesta sólida, coherente y de altísimo nivel. El marketing que acompaña al restaurante no inventa ni exagera, simplemente pone en vitrina algo que ya tiene brillo propio. Y eso, en esencia, es el marketing más efectivo: el que no necesita inflar la realidad.

Muchas marcas, emprendimientos o campañas políticas caen en el error de concentrar sus esfuerzos en la envoltura, olvidando el contenido. Invierten en influencers, estrategias digitales o jingles pegajosos, sin detenerse a revisar si lo que están ofreciendo realmente responde a una necesidad, resuelve un problema o cumple lo que promete. Y aunque pueden tener un éxito inicial, tarde o temprano el público se da cuenta. Porque la decepción también se viraliza.

La confianza del consumidor —o del votante, del lector, del ciudadano— se construye no solo desde la emoción, sino desde la experiencia. Podemos atraer miradas con un buen diseño gráfico, con una narrativa poderosa o con una campaña emocionalmente conectada, pero si el producto decepciona, no hay storytelling que lo salve. Es por eso que las campañas exitosas a largo plazo no solo se basan en comunicar bien, sino en tener algo digno de comunicar.

Este principio también aplica a los proyectos públicos, las políticas sociales y hasta las propuestas académicas: no basta con “vender” una idea, hay que sostenerla con contenido. En un ecosistema comunicativo tan competitivo, la autenticidad y la calidad son los diferenciales más valiosos. El buen marketing no se trata de maquillar la realidad, sino de amplificar lo valioso. De ponerle micrófono a lo que ya habla bien por sí solo.

El caso de Maido es una lección imprescindible: cuando el producto es bueno, el marketing lo potencia. Pero cuando no lo es, el marketing apenas lo disfraza. Por eso, antes de pensar en cómo lo vamos a vender, deberíamos preguntarnos: ¿vale realmente la pena lo que estamos ofreciendo? Si la respuesta es sí, el camino del marketing se vuelve mucho más fácil —y mucho más honesto.

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