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Líneas de Nasca
Luis García Bendezú

Eduardo Palacios, un campesino iqueño, gana S/60 al día por restaurar las milenarias Líneas de Nasca. Él tiene 53 años, la piel morena y dice estar acostumbrado a trabajar bajo el furioso sol del desierto. El día del accidente, Eduardo estaba rellenando unos huecos en la pampa de Palpa, su provincia natal. Su jornada ya acababa cuando se enteró de que, unos kilómetros al sur, un sujeto había dañado los geoglifos que él ayuda a conservar.

El accidente fue el sábado 27 de enero. Jainer Flores Vigo, un chofer de 40 años, estampó las huellas del camión que manejaba en el desierto, cerca del kilómetro 424 de la Panamericana Sur. Según lo investigado, Flores quiso dar una vuelta en U e ingresó al área protegida que se extiende a ambos lados de la vía. En su intento, el vehículo se atascó y dejó huellas profundas en un área de 500 m2. Tres geoglifos fueron dañados. Tras ser conducido a la comisaría, Flores fue puesto en libertad por un juez. Él tiene comparecencia restringida y debe reportarse cada 15 días en un juzgado.

Parado en la zona del desastre, el arqueólogo Johny Isla, responsable del Sistema de Gestión para el Patrimonio Cultural de Nasca y Palpa, dice a El Comercio que el daño es reversible. No obstante, el lugar no puede ser tocado mientras siga el proceso judicial por daño al patrimonio. Las huellas del camión que conducía Flores son el cuerpo del delito.

Estas son las huellas que dejó el camión que conducía Jainer Flores en la pampa de Nasca. (Foto: Laura Usme / Cortesía)
Estas son las huellas que dejó el camión que conducía Jainer Flores en la pampa de Nasca. (Foto: Laura Usme / Cortesía)

Johny Isla tiene 54 años y lidera un equipo de 15 profesionales y seis técnicos encargados de la conservación de las Líneas de Nasca. “Tenemos la capacidad y la experiencia para restituir la superficie de la pampa y volverla a su estado original”, resalta. No es la primera vez que su equipo se enfrenta a un reto así. En los últimos años ellos han restaurado el entorno de 20 geoglifos que habían sido dañados por la naturaleza o el hombre. Esto con fondos otorgados por la Embajada de Estados Unidos.

—El origen—
Todo empezó con el escándalo de Greenpeace. En diciembre del 2014 –mientras en Lima se realizaba la COP 20–, un grupo de activistas de esta ONG ingresaron a pie y sin respetar los protocolos de protección a la pampa de Nasca. Su objetivo era instalar unos carteles amarillos al lado de la figura del colibrí. El embrollo –que terminó en una sentencia judicial– puso sobre el tapete la desprotección en la que se encontraba este sitio declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1994.

“Como el tema de Greenpeace tuvo resonancia internacional, lo que se planteó inmediatamente fue pedir fondos para la restauración de la zona afectada”, dice Isla. La Embajada de Estados Unidos respondió y otorgó a fines del 2015 unos US$150 mil al equipo. Con esos fondos –que son modestos– se han restaurado figuras emblemáticas como el mono, el papagayo, el perro y dos lagartijas, entre otras, durante el 2016 y 2017.

Para la restauración, el equipo de Johny Isla contrata a lugareños como Eduardo Palacios, que conocen la pampa al revés y al derecho. El trabajo no solo implica la limpieza de las líneas (que se realiza con brochas), sino la restitución del entorno pedregoso. “Esta pampa es como un lienzo, el geoglifo sin el lienzo no es nada”, explica Isla.

En efecto, la zona donde los antiguos nascas diseñaron sus geoglifos (entre el 400 a.C y el 700 d.C) es una gran llanura de suelo blanco y arcilloso cubierto por millones de piedras oscuras. Los antiguos peruanos aprovecharon este contraste para trazar sus enigmáticos diseños. No obstante, los fuertes vientos del desierto recubren poco a poco las líneas y es necesario darles mantenimiento.

“Nosotros limpiamos la superficie, rellenamos los huecos que dejaron los carros [en el pasado] y ponemos una capa de piedras que traemos de quebradas. Todo sin afectar la pampa”, sintetiza el arqueólogo Hernán Carrillo, quien dirige a los técnicos. Finalmente, los especialistas usan aspersores para echar agua a las piedras y acelerar su oscurecimiento mediante la oxidación.

La jefa de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Ica, Ana María Ortiz de Zevallos, resalta que estos trabajos han permitido restituir la belleza de los geoglifos. “Los que más lo pueden apreciar son los turistas que vuelan”, apunta.

Según Luis Gamboa, el administrador del aeródromo María Reiche, de Nasca, cada año más turistas sobrevuelan las líneas, a tal punto que “ya no hay temporada baja”. Solo el año pasado, unos 92 mil pasajeros volaron desde este aeródromo y otras 36 mil personas lo hicieron desde Ica y Pisco, las pistas más cercanas.

—Oportunidades perdidas—
El esfuerzo que realiza el equipo que gestiona las Líneas de Nasca es insuficiente frente al enorme territorio que deben custodiar. La zona declarada patrimonio mundial tiene 450 kilómetros cuadrados, es decir, es un área 40 veces más grande que el distrito de San Isidro.

Debido a ello, el equipo de Isla concentra sus esfuerzos en un área crítica de 200 hectáreas donde hay más geoglifos. Para vigilar que personas extrañas no ingresen a la zona protegida cuentan con seis vigilantes, que están apostados a lo largo de la Panamericana Sur.

Según Johny Isla, hay varias empresas y organizaciones interesadas en la conservación y puesta en valor de las Líneas de Nasca y su entorno arqueológico. El arqueólogo cuenta, por ejemplo, que la empresa minera Shougang -que extrae hierro en Marcona- quería apoyar con la restauración de 30 acueductos prehispánicos. No obstante, esto no fue posible porque no había ningún registro sobre la propiedad de esos espacios históricos.  Según la legislación, las empresas no pueden invertir en zonas que no tengan un adecuado saneamiento físico y legal.

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