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Luis Hernández: venid a ver el cuarto (y la calle) del poeta - 4
Juan Carlos Fangacio

Era fines de los 60 o inicios de los 70 y Lucho Hernández estaba en la cúspide de su hiperactividad. Paseaba junto a su gran amigo Iván Larco por el malecón de Miraflores y se detuvieron en el parque Raimondi. Como llevaban unos acrílicos, eligieron un pequeño muro y comenzaron a pintar un submarino amarillo y unas malaguas. “Por esas fechas se había estrenado la película de los Beatles. Recuerda que era la época del hippismo y todo lo demás”, cuenta Larco. No se acuerda si era de día o de noche. En qué estado estaban, tampoco.

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También por esa época, Hernández fue a celebrar su cumpleaños 31 a la casa de uno de sus amigos en Pueblo Libre. Eran un grupo heterogéneo: algunos de sus compañeros eran médicos (él era cirujano, recordemos), otros diplomáticos, algunos músicos y unos cuantos escritores. Alguien se apareció con un rollo de papel contómetro y todos comenzaron a rayarlo para crear una especie de cadáver exquisito, un cadáver muy vivo, por cierto, lleno de poemitas, dibujos, saludos cumpleañeros, entre otras cosas. El resultado es un rollo de casi 30 metros de largo que desde este 26 de abril se exhibirá públicamente por primera vez en la exposición “El sol lila. Constelaciones poéticas de Luis Hernández”, en la Casa de la Literatura. 

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EXPLOSIÓN DE COLORES
El rollo en mención está en manos del poeta Omar Aramayo, quien lo ha cedido por primera vez para la muestra. “Por esos años se hicieron varios rollos. Era la época en que se pusieron de moda los plumones y el contómetro reemplazó a las paredes y a los grandes pliegos de cartulina”, cuenta. Y en ese tipo de soporte inesperado, espontáneo, Hernández era el rey.

“Lucho era un extraordinario caligrafista y un dibujante de trazos infantiles, pero muy descriptivos, tipo grafiti”, agrega Aramayo. En eso coincide con Larco, quien recuerda su submarino amarillo como una obra de arte que se quedó en el parque Raimondi casi 20 años, aunque al parecer nadie tenga registro de ello. “Nunca le tomamos foto porque en esa época no se hacían las cosas para mostrarlas en Facebook”, dice.

De lo que sí hay registro es de la obra multiforme que Hernández dejó dispersa en las decenas de cuadernos que regaló a sus familiares y amigos y que la Casa de la Literatura ha reunido con el apoyo de la editorial Pesopluma. Son más de 40 volúmenes –la mayor recopilación que se haya hecho hasta la fecha– de orígenes muy variados: desde los que guardan los hermanos del poeta, Max y Carlos Hernández, hasta uno encontrado en la calle en los años 70. 

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UNO Y MIL LUCHOS
Aparte de que algunos de estos cuadernos se exhibirán en versión facsimilar, también habrá entrevistas en video con algunas de las personas más allegadas al artista. Ese crisol de testimonios ayudará a entender a un hombre que fue muchos: médico, músico, dibujante, poeta, amigo. Esa personalidad múltiple se ve reflejada en un cuerpo de trabajo que incluye versos, letras de canciones, chistes, caricaturas, partituras y demás manifestaciones que quiebran.

Además, las fotografías recopiladas también traducen sus facetas: desde el pata que derrocha barrio hasta el muchachito con lentes de nerd. En esos rostros cambiantes se oculta un espíritu travieso y misterioso. Porque en torno al mito Lucho Hernández todavía hay infinidad de testimonios y anécdotas por descubrir. Y no habrá mejor chance que esta para hacerlo.

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