Perra vida, por Alfredo Bullard
Perra vida, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Hace unos años participé como comentarista en la presentación de un libro de Richard Webb sobre titulación de propiedad. Al final de la charla, una persona se me acercó. Me dijo que mi intervención le había dado sentido a una foto que tenía guardada desde hacía varios años y cuyo significado no entendía. Al día siguiente recibí la foto por correo electrónico.

La foto era de una especie de ‘placa’ conmemorativa donde, sobre el cemento, se había escrito: “Lugar en donde por 1era Vez se celebró la Misa (24-12-71) por el Cardenal Juan Landazuri R. Reconociendo al primer Párroco P. José Walojewski Asistieron 9 niños 5 mujeres 2 hombres 15 perros”. Según el dueño de la foto, esta correspondía a Villa El Salvador y se remontaba a sus orígenes cuando era un joven asentamiento humano en medio de la nada.

Mi charla había mencionado un hecho que alguna vez le escuché a Hernando de Soto y que coincidía con mi experiencia. En los pueblos jóvenes, sobre todo en sus etapas iniciales, es notoria la existencia de una gran cantidad de perros. Cuando uno camina por el arenal surgen de entre las improvisadas casas de esteras una gran cantidad de canes ladrando, muchas veces de manera bastante amenazante. Es llamativo que familias muy pobres tengan cuatro, cinco  o más perros, a pesar de los costos que significa alimentarlos. 

Del texto de la placa se deriva que en esa misa navideña (según la foto ocurrió el 24 de diciembre) estuvieron presentes 16 seres humanos y 15 perros, virtualmente el mismo número.

Ante la falta de títulos de propiedad los habitantes usaban los perros como sustitutos. Sin un sistema legal efectivo de protección del predio, el perro, con sus ladridos, sirve para alejar a los invasores y usurpadores. El animal es una forma de marcar lo que es mío y defenderlo.

Una vez que se entregan títulos de propiedad en un área es notoria la reducción del número de perros. El sistema legal los hace innecesarios y las familias regresan al uso regular de los animales como simples mascotas en números bastante más reducidos.

Pero la reducción de perros no es el único efecto notorio de la existencia de propiedad. Conversando con amigos que trabajaban en Cofopri en aquellos tiempos, me decían que la entrega de títulos de propiedad tenía un efecto en el aumento de los índices de escolaridad. Usted se preguntará por qué.

Si no hay derechos de propiedad existe el riesgo de usurpación de mi predio. Lo único que protege de manera efectiva mi derecho es la posesión continua. Pero si los padres tienen que trabajar y los niños que ir al colegio, ¿quién se queda cuidando la posesión?

Las familias optan por dejar en la casa a quien representaba el menor costo de oportunidad: los niños. De hecho, se dejaba muchas veces a los hijos menores y era más común dejar a las niñas que a los niños, en la creencia infundada de que los hombres tienen más oportunidades que las mujeres si reciben educación. Pero una vez entregados los títulos, los niños pueden regresar al colegio.

Otro efecto apreciable era el impacto en la inversión. Una vez titulada un área el patrón de construcción cambia y se dejan de construir casas de uno o dos pisos para comenzar a construir edificios, aumentando la eficiencia y valor del predio.

La propiedad genera un derecho de exclusión que reduce los costos de proteger lo que es de uno, libera recursos humanos para usos alternativos y genera incentivos para invertir en el uso de los bienes.

Ese fenómeno se presenta no solo en los pueblos jóvenes y con la propiedad predial. Un sistema que mediante impuestos y sobrerregulación reduce la facultad de exclusión sobre el uso de los bienes genera exactamente el mismo efecto. Si el sistema legal no le garantiza a las empresas que podrán desarrollar un proyecto con recursos de su propiedad, incrementa los costos de preservar los bienes, distrae recursos que podrían usarse en actividades productivas y reduce los niveles de inversión en dichas actividades.

Finalmente, una sociedad que no define adecuadamente los derechos de las personas puede convertir su existencia en una auténtica vida de perros.

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