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Piura, El niño costero

Hace un año, los damnificados de Santa Rosa de Cura Mori (Piura) fueron despojados de sus viviendas por una masa de agua furiosa e incontrolable que acabó con su vecindario.

En su pueblo, Rosa Flores Castro – de 70 años, esposa de un hombre inválido, abuela de dos pequeños–, tenía una casa de ladrillo, agua potable todo el día, desagüe, un baño acondicionado y, sobre todo, la certeza de que nadie llegaría un día y los botaría de sus casas.

Ahora, ella vive con serias restricciones en los servicios básicos –agua por horas, silos, una casa armadas con carrizos y calaminas oxidadas, agujereadas por las lluvias– y con incertidumbre.

Sabe que en cualquier momento pueden ser expulsados de ese arenal donde hace un año se asentaron más de 6 mil damnificados del distrito de Cura Mori y Catacaos.

En el campamento de damnificados del kilómetro 980 de la carretera Panamericana Piura-Chiclayo –donde vive Rosa– todo es donado, gran parte por organizaciones internacionales, a las que Rosa recuerda como a sus hijos.

"Hasta ahora se acuerdan de nosotros y vienen a visitarnos. Ese colchón me lo regaló una señora de Piura, esas camas también, los baños son de Unicef y Coopi, estos depósitos de Save The Children…”, relata Rosa.

-Panorama incierto-

El terreno sobre el que está asentada Rosa y miles de damnificados pertenecía a una empresa privada, quienes lo donaron a la comunidad campesina de Catacaos. Sin embargo, hasta ahora la comunidad no firma el acta de traspaso a favor de los dirigentes de este campamento.

El Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento se comprometió a levantar ahí, en ese arenal donde vive Rosa, un complejo habitacional para 2 mil damnificados. Pero hasta ahora no han empezado los trabajos. “Dicen que vendrán máquinas a arreglar el terreno, pero no hay nada. Si no hacen nada, aquí nos quedaremos de todas formas. Allá ya no es seguro, el agua nos sacó corriendo, acá estamos a salvo”, dice.

Tampoco les han entregado módulos temporales ni el anunciado bono 500 para que alquilen una vivienda digna en otra zona, lejos de los campamentos. “Me he inscrito, pero no he sido seleccionada, no he salido en el padrón todavía”, dice Rosa mientras atiza su cocina de leña donde prepara menestra para el almuerzo.

-Campamento San Pablo-

A 10 minutos de la casa de Rosa está la vivienda –igual de precaria– de Vanessa Rivas. Ella tiene 27 años, dos hijos y es natural de Nuevo Pedregal, en Catacaos, peina a su pequeña hija en la puerta de su casa mientras relata que “las cosas no han cambiado mucho desde que llegamos. Seguimos en el mismo polvo, con agua potable por horas, sin desagüe, y sin saber cuándo cambiará todo esto”.

En su casa –como en casi todas las casas de ambos campamentos– las carpas blancas son el cuarto donde intentan descansar por las noches mientras se alumbran con linternas a pilas. El esposo de Vanessa Rivas no está en casa: ha salido de madrugada a la ciudad de Piura, a trabajar en un fundo agrícola.

En San Pablo viven 5 mil damnificados, la mayoría de ellos procedentes de Pedregal Grande, Nuevo Pedregal y Pedregal Chico, en el distrito de Catacaos.

Al igual que en el otro campamento, la Comunidad Campesina de Catacaos aún no les ha donado el terreno donde podrían levantar –de forma definitiva– sus viviendas. Por ahora sobreviven como pueden, con donaciones, trabajando en la chacra o en empresas agroexportadoras.

Este martes, el presidente de la República, Martín Vizcarra, visitó los dos campamentos de damnificados en Piura. "Tenemos que agilizar la ejecución. Si seguimos a este ritmo, ¿cuándo vamos a terminar? Si hasta ahora no han hecho prácticamente nada acá", manifestó Vizcarra en declaraciones ante los damnificados de San Pablo, en Catacaos.

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