No es casualidad, por David Rivera
No es casualidad, por David Rivera
David Rivera

En "Perú21", Aldo Mariátegui calificaba de absurdo gastar dinero en las zonas frías de la sierra. Afirmaba que sería más “económico y productivo” mudar a su gente. El problema no es que lo diga él, sino que ideas como esa están más extendidas de lo que uno creería, y entre personas con mucha influencia.

Hace nueve años, en “Día 1” se publicó un especial sobre el despegue económico en algunas regiones del país. Un grupo de periodistas viajó para constatarlo. De regreso en Lima, nos reunimos con connotados economistas. Uno de ellos, un respetado y hasta hoy influyente ex ministro.

“Una última consulta, ¿y qué hacemos con las zonas de la sierra donde no hay indicios de crecimiento?”. Media sonrisa en el rostro de por medio, nos respondió: “Habrá que esperar que se muden a la costa”.

De vuelta en el diario, me encontré con un árbol de Navidad adornado con sofisticadas artesanías andinas. Habían sido elaboradas en Huancavelica. La semana pasada les contaba que el Grupo Inca ha construido una casa modelo contra el friaje para evitar la migración de criadores de alpaca, pues es en esas zonas donde se produce, en condiciones de precariedad e informalidad, nuestra fina lana.

Es también ahí donde se cultiva la maca, demandada globalmente. Y es a partir de raíces de plantas altoandinas (y de frutos de la selva) que se ha desarrollado un complemento hormonal natural para mujeres en climaterio.

Comprenderá usted que si desde ‘Lima’ no reconocemos nuestras ventajas comparativas (naturales), menos las competitivas. Al respecto debe haber escuchado ya del “Silicon Valley arequipeño”.

Después de conversar con docentes y alumnos de tres universidades líderes del despegue en el desarrollo de software para, por ejemplo, ayudar a la seguridad ciudadana (reconocimiento facial en situaciones de mala visibilidad) o a la salud (reconstruyendo en 3D partes del cuerpo a partir de los cortes de una tomografía), podemos decirle que, bajo las condiciones actuales, no habrá ningún Silicon Valley.

Lo que viene sucediendo en Arequipa, como casi todo en nuestro país, es producto de iniciativas espontáneas e individuales. Jóvenes que salen del Perú para un posgrado y se percatan de que había que reorientar la carrera de Ingeniería de Sistemas hacia una de Ciencia de la Computación, y pasar de la enseñanza que forma usuarios de software, a una que se enfoca en generar aplicaciones para solucionar los principales problemas de la sociedad.

Su iniciativa encuentra terreno fértil en las universidades San Pablo, La Salle y San Agustín. Lo conseguido hasta hoy es admirable. Su potencial, enorme. Con seguridad aparecerán más historias de jóvenes que trabajan para transnacionales de renombre o que se van a corporaciones como Google.

Pero las condiciones para que a partir de lo construido se genere una revolución tecnológica transformadora de todo el país, no están dadas, pues no hay un ecosistema preparado para canalizar esa energía (información, masa crítica, articulación público-privada, financiamiento). ¿Ya sabe por qué?

LEE TAMBIÉN...

Pablo Sánchez jura hoy como fiscal de la Nación ► — Política El Comercio (@Politica_ECpe)