
Dina quiso saber si había sido invitada a la toma de mando de Donald Trump. Ya tenía agendado el viaje al Foro Económico Mundial de Davos para el mismo 20 de enero de la sucesión gringa; pero la mataba la curiosidad. Mis fuentes de cancillería me contaron que se le explicó a la presidenta que no esperara nada: los gringos no suelen invitar a sus homólogos a sus cambios de mando. Eso es cosa de latinos gregarios, que todos van a sus estrenos.
Había más explicaciones que dar a Dina. Resulta que esta vez Trump sí invitó a 4 presidentes latinos: Javier Milei de Argentina, Nayib Bukele de El Salvador, Daniel Noboa de Ecuador y Santiago Peña de Paraguay. Bukele no fue pero los otros 3 sí. ¿Por qué se escogió a esos 4? La respuesta no es difícil. Los 4 son percibidos como una derecha más próxima a Trump y, salvo Milei, comparten con Donald el perfil de empresarios políticos, de ricos metidos a arengar a los pobres. Bukele es el rockstar de la lucha contra los mafiosos; Noboa quiere ser el Bukele del hemisferio sur; el paraguayo Peña es amigo de Taiwan, que es el enemigo íntimo de China. Milei está endeudado con China pero es un fan declarado de Donald.
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‘Mejor que no la inviten’ le explicaron a Dina, porque si así fuera, se descuadraría la ‘pose zen’ que Perú quiere mantener entre las dos potencias. Mis amigos diplomáticos le llaman ‘neutralidad constructiva’ y creen que es alcanzable hilando fino. Pero cuando les pido escenarios, me cortan en seco con realismo: Trump está revolucionando su política exterior, así que la tarea de Torre Tagle, por ahora, es conocer y entender los cambios, sin perder de vista, a pesar de las turbulencias, la posición de cada jugador en el tablero.
Para la cancillería fue suficiente con que la derecha conservadora, un sector tan importante de la política peruana, haya estado representada en Washington, por cuenta propia, en Rafael López Aliaga. Pero el mensaje gringo, dirigido a las autoridades de turno en Palacio, de ‘oye, Perú, hermano americano, estás con la América democrática que va a ser grande otra vez o estás con el oriente lejano y comunista’, sigue retumbando.

Ya hay dos amenazas concretas que no son escenarios. Son órdenes ejecutivas. Trump, en su paquetazo presidencial de estreno, ha dictado varias de esas órdenes: una es la que suspende la cooperación internacional mientras evalúa cada caso. La otra es la que ordena revisar todos los tratados de libre comercio. Sobre la primera, la cancillería cree que no tendrá efectos devastadores porque la misma orden señala que, en caso de que la cooperación sirva para a la seguridad nacional y el combate contra los enemigos de EE.UU., se debe mantener. En nuestro caso, el principal rubro de cooperación es la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, que encajan en la excepción. Sobre los TLC, el ‘wishful thinking’ en la cancillería es que el nuestro podría ser revisado pero no anulado. Es temprano para saber cuáles serán los factores políticos que pesarán más cuando ese TLC, de tan escaso impacto para EE.UU., se ponga sobre la mesa.
¿Qué ofrecen?
La respuesta al reclamo de Washington se reitera desde hace aproximadamente 8 años. La podemos frasear así: ‘América Latina es olvidada por ustedes. Han abandonado sus inversiones y China ha crecido en esos espacios. Si quieren recuperar su preeminencia, inviertan acá’. Las cifras son elocuentes: China ha escalado posiciones hasta convertirse en nuestro primer socio comercial. Tenemos una balanza superavitaria, con un importante saldo a nuestro favor. En cambio, la balanza con EE.UU es deficitaria. Comparemos el mes de agosto del 2024: exportamos a China $2298 millones y le importamos $1290 millones, teniendo un saldo a favor de $1008 millones. A EE.UU le exportamos $852 millones y le importamos $1070 millones, con un déficit de $218 millones. China gana por goleada.
Sin embargo, las relaciones bilaterales son integrales y no se limitan a la balanza. Con China, es cierto que la relación es predominantemente comercial; con EE.UU. tiene otros componentes fundamentales, como el que mencioné de la cooperación en el combate a las mafias y en programas de desarrollo. Hay relaciones culturales, de identidad continental, que también pesan. EE.UU. es el segundo país del que más turistas llegan al Perú (del total de visitantes en enero y febrero del 2024, el 32.9% vino de Chile y el 14.2% de EE.UU). Y la cooperación militar se da al extremo en que hay constantes ejercicios conjuntos, algo impensable con los chinos.
Con la China, según mis fuentes, el diálogo se concentra en el comercio. En las varias bilaterales que hemos tenido (Boluarte ya lleva 3 con Xi Jinping, una en la cumbre APEC del 2023 en San Francisco, su visita a Pekín el año pasado y la visita de Xi durante la APEC 2024 en Lima); casi no se habla de otras cosas. Incluso, según una de mis fuentes diplomáticas, una de las razones por las cuales la inauguración del puerto de Chancay no se hizo in situ, fue porque los chinos prefirieron bajarle el tono a las a las teorías conspirativas.
Con EE.UU. el diálogo suele ser en inglés y más directo. Por ejemplo, me contaron que el canciller Elmer Schialer conversó con el congresista Brian Mast, representante (diputado) republicano de Florida, veterano de guerra que perdió las piernas en Afganistán. Mast cortó el rollo del peruano para pedirle definiciones sobre Chancay y su posible uso militar por la China. Se paró sobre sus piernas electrónicas, fue a la pizarra y ubicó a Chancay en el mapa apuntando lo que para él sería una cabecera estratégica para los chinos. Schialer, en tono coloquial, le explicó que nuestra Constitución descarta de plano esa posibilidad.

Por supuesto, ni republicanos ni demócratas se van a quedar satisfechos con una mera explicación legal sobre Chancay. La alerta que dio un artículo del Finantial Times en octubre del 2023 ha subido de volumen desde entonces, sobre todo luego de la inauguración formal del puerto. Si ya la administración Biden arqueaba las cejas ante la colaboración sinoperuana, la de Trump las arquea más. Mauricio Claver-Carone, ex presidente del BID, nombrado por Trump como enviado especial de la secretaría de Estado para América Latina, dijo en entrevista con Bloomberg antes de la toma de mando, que “cualquier producto que pase por Chancay o algún puerto controlado por China en la región, debiera estar gravado con una tarifa de 60%, como si el producto fuese de China”. Tal como fraseó su opinión, podría entenderse que se gravaría a productos peruanos que salgan de Chancay hacia puertos estadounidenses. La cancillería prefiere esperar que las amenazas cobren cuerpo antes de pronunciarse.
Anotemos que el enfoque de Trump hacia los chinos ha sido de un agresivo rival comercial, amenazando con medidas arancelarias y hasta prohibiciones específicas; pero no ha sido belicoso ni ajeno a la diplomacia. Invitó a Xi Jinping a su toma de mando y este no fue pero envió a su vicepresidente Han Zheng. La ‘conspiranoia’ militar no está presente en las declaraciones de Trump sobre China, pero la agresividad comercial sí podría comprometer nuestra relación con EE.UU.
¿Estamos condenados a escoger el mercado mayor y olvidar al socio americano? ¿Es posible mantener la neutralidad constructiva que preconiza la cancillería? Tras la inauguración de Chancay con Xi Jinping, se nos percibe envueltos en la ruta de la seda. De ahí que el arribo de Trump merezca especial atención, para contrarrestar la percepción. Un post en la cuenta en X de la Presidencia del Perú dice que “se seguirá fortaleciendo la histórica relación de amistad que en el 2026 cumplirá 200 años”. Desde los primeros años de la república hay relación diplomática con EE.UU., mientras que con China (cuya partida de nacimiento como estado comunista data de 1949) recién se establecieron en 1971.
En Davos, Dina no quería hablar de Trump, pero era inevitable que este apareciese en las preguntas. En efecto, en el pasillo Boluarte fue asaltada por un micrófono. “Invitamos al presidente Trump a que nos visite Perú o viceversa, nosotros visitemos allá, y poder conversar con él para que podamos empezar a tejer los lazos entre EE.UU. y Perú, que ya existen”, respondió. En lo que dijo están las piezas esenciales (invitación mutua, lazos preexistentes, buenos deseos), pero en torpe desorden. La diplomacia eficiente mandaba empezar ponderando los lazos y acabar con la invitación. La presidenta no tiene a la historia del continente en la memoria.
La rapidez y contundencia con la que Trump 2.0 está planteando ajustes no necesariamente se sostendrá en el tiempo. Hay quienes piensan que el apuro, casi compulsivo, se debe a que los republicanos en dos años podrían perder su mayoría parlamentaria y es mejor aprovechar el momento. A China, en cambio, capitalismo de Estado con partido único y largo aliento, le sobra paciencia.