Luis Castañeda Lossio, señor de las siete décadas
Luis Castañeda Lossio, señor de las siete décadas
Fernando Vivas

Hoy, su horizonte es a la baja, a la Lima gris, a la obra objetada, al transporte embotellado, a la venganza villaranista que se sirve fría. Pero, cuando uno revisa los 35 años –la mitad de su vida– que lleva en política, vale el asombro y, ¿por qué no?, el aplauso.

Luis Castañeda trabajó con todos los gobiernos y en ninguno de sus jales fue visto como un tránsfuga, pues fue pionero en crear esa imagen de político tecnócrata que vale por su eficiencia antes que por su lealtad a una camiseta. Empezó su carrera política en Acción Popular y fue elegido regidor por Lima en 1980, en la lista ganadora de su correligionario Eduardo Orrego. Ojo: ya desde entonces se especializó en la gestión municipal, de modo que en la línea de tiempo tampoco se delata improvisación. Es más, su padre, Carlos Castañeda Iparraguirre, fue dos veces alcalde de Chiclayo, la tierra de Lucho. 

El sucesor de Orrego, el izquierdista Alfonso Barrantes, lo designó jefe de Emape. En ese cargo se mantuvo durante la gestión del aprista Jorge del Castillo. En 1990, Fujimori lo convocó para presidir el IPSS (hoy Essalud) y allí crió la buena fama que hasta hoy lo acompaña para la mitad –camino posible a un tercio, ver cuadro– de la ciudad que lo aprueba (aunque mejoró levemente estos días). 

En los primeros años de los 90, época de ingenua recepción al populismo, Castañeda se multiplicó en los medios inaugurando obras y eventos, visitando enfermos, mostrando mano firme y sonrisa de oreja a oreja (de ella derivarán sus remedones el cínico ‘jejeje’). Sus seis años (1990 a 1996) administrando los fondos previsionales fueron la base y el trampolín de todo lo que logró después.

Se rumoreó que sería el candidato fujimorista a Lima en dos oportunidades, en 1995 y en 1998, pero, en buena hora, no dio ese paso. No encajaba en el perfil bajo de pieza fujimorista y, además, ya había empezado a alimentar el proyecto propio bautizado Solidaridad Nacional. A él se abocó mientras trabajaba en el sector privado: gerenció el consorcio Paramonga, enrolado por Genaro Delgado Parker, y manejó la Caja del Pescador. Esa sí fue una mala hora porque coincidió con un fenómeno de El Niño y un forado de S/.30 millones del que se responsabilizó a su gestión. Ese tema y una supuesta propensión a tocarse de nervios fueron esgrimidos en la guerra sucia que le hicieron Montesinos y Fujimori en la prensa chicha, cuando lanzó su candidatura presidencial en el 2000.  

LA SOMBRA DE COMUNICORE
Pasado el apanado, Lucho levantó cabeza y afinó puntería. No sería presidente con fórceps, pero sí podía llegar a ser alcalde por un tubo. Tenía lo necesario para ganar: la experiencia, la imagen y un buen posicionamiento en Lima.

Una vez en el sillón, todo fluyó fácil. Obra profusa y menuda dirigida a sectores relegados, hecha con rapidez y promovida con rúbrica personal, buena relación con los gobiernos proveedores de Toledo y García, y la exploración, desde el mandato municipal, de nuevos terrenos. Uno de ellos fue un éxito de impacto masivo, el sistema de hospitales de la Solidaridad; el otro, fue un fiasco, las revisiones técnicas vehiculares.  

Da clic a la imagen para revisar los índices de aprobación de Luis Castañeda en sus gestiones al frente de la MML. (Fuente: Ipsos-El Comercio)

El balance popular fue tan bueno, que la reelección resultó pan comido. En tiempos de ‘revival’ patriótico, la obsesión de los limeños no estaba en su ciudad sino en el debate nacional. De ahí que ganó el apodo de ‘Mudo’, pues descubrió lo rentable que era el silencio para su populismo de obra y autoritarismo moderado. Y, de paso, le sirvió para sobrellevar el Caso Comunicore, gran escándalo que delató el lado oscuro de su gestión en el que funcionarios de la MML se coludieron para que esta pagase a una empresa de fachada una deuda millonaria que se hubiera reducido considerablemente si se pagaba por conducto regular (el alcalde fue excluido del proceso, aunque todavía podría declarar en otro proceso de lavado de activos derivado del primero).  

Cuando tuvo que abandonar la mudez política, en su segunda intentona presidencial en el 2011, tuvo muy magro resultado. Y empezó una nueva fase para él. Dio varios pasos atrás para recuperar lo que había dejado. Y se involucró secretamente –hasta que su participación se hizo pública– en la frustrada revocación de Villarán.

Nuevamente alcalde popular desde el 1 de enero, descubrió que Lima no era la misma. Él tampoco era el mismo. En lugar de un arranque asertivo y planificador, agrió su carácter para enredarse en contrarreformas a lo gestado por Villarán (suspensión de decisiones sobre los corredores, desvío de fondos asignados a Vía Parque Rímac, borrado de murales) y en proyectos a trompicones, como el par de ‘by-pass’ en la Av. 28 de Julio, que ha generado objeciones de la contraloría, MEF, MTC y SNIP.

Nunca lo han asaltado tantos entes, a él que ha lucido tanta muñeca para navegar por el Estado. Nunca se dejó de hablar tanto de sus méritos para chismorrear sobre su salud. Bueno, pero eso es natural cuando cumples 70. ¡Feliz día, alcalde!

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