"Sea cual fuere la razón, hay una realidad innegable: el pueblo se hartó y los quiere fuera. El presidente ha recogido ese sentimiento y lo ha plasmado en una propuesta de adelanto de elecciones". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Sea cual fuere la razón, hay una realidad innegable: el pueblo se hartó y los quiere fuera. El presidente ha recogido ese sentimiento y lo ha plasmado en una propuesta de adelanto de elecciones". (Ilustración: Giovanni Tazza)

Las encuestas nos muestran un amplio rechazo al Legislativo y un considerable apoyo al proyecto de adelanto de elecciones presentado por el Ejecutivo. Sin embargo, hasta ahora esa opinión crítica es ignorada por el Congreso. Va quedando claro que Fuerza Popular y Pedro Olaechea pondrán en la congeladora el adelanto de elecciones. Y pueden salirse con la suya.

¿Cómo así una élite política puede zurrarse tan fácilmente en la opinión pública? Pues por varias razones, algunas vinculadas a nuestra política de amateurs y partidos débiles.

Primero, porque hay varios congresistas cuya agenda no pasa por lograr su continuidad electoral o la de su agrupación. Por un lado, porque el propio Ejecutivo con la prohibición de reelección les ha negado la posibilidad de seguir siendo congresistas. Pero también porque el principal interés de muchos no es, ni ha sido, hacer política. Sea porque hoy sus principales preocupaciones son judiciales, sea porque desde un inicio llegaron al Congreso defendiendo agendas privadas, estos congresistas pierden poco ignorando a la opinión pública.

Además, porque incluso tomando una posición minoritaria se puede soñar con una candidatura presidencial. La fragmentación política y la debilidad de las candidaturas actuales permite pensar que con una agenda crítica al Ejecutivo se lograría suficiente apoyo para ser relevante. Total, si la experiencia enseña que se necesita un 18% para pasar a segunda vuelta, las agendas minoritarias se ven menos costosas. Apuesta muy riesgosa, claro, pero no tan suicida como se dice.

Tercero, porque nuestra debilidad organizativa, tanto de partidos como de movimientos sociales, hace que sea muy difícil sacar a la calle a los descontentos. A pesar de los anuncios, no hemos visto marchas contra el Congreso. El desprecio se canaliza contestando a una encuesta. No hay vehículos por ahora para traducir ese malestar en protestas.

Finalmente, y asociado a lo anterior, los principales líderes en las encuestas o son muy pequeños o cargan también con una legitimidad débil, lo que les impide ser movilizadores. Esos candidatos, además, apuestan por la candidatura presidencial propia antes que sumar esfuerzos para actuar en conjunto. Bailan solos y, por tanto, se les ve muy débiles.

Ello no significa que el Congreso las tenga todas consigo. La Mesa Directiva sabe que tiene que andar con cuidado porque ahora cualquier acción que tome será leída como evidencia de obstrucción. Y eso nutre a Vizcarra.

Pero además, porque salir de las trincheras sí puede dar lugar a una reacción de la población. Como vemos cada cierto tiempo (repartija, ‘ley pulpín’, remoción de los fiscales Lava Jato), ese grupo molesto pero pasivo puede terminar aterrorizando a políticos que de la boca para afuera dicen que no les preocupa lo que piense la calle. Luego, retroceden aparatosamente.

Ese detonante hoy, creo, sería promover una vacancia que busque una presidencia de Mercedes Araoz o de Pedro Olaechea. Ahí sí el Congreso habría pasado una línea no tolerable. Pero hasta que eso, o algo de similar poder nuclear, suceda, veo difícil que se rompa la guerra de posiciones. La pregunta que queda es si el Ejecutivo tiene un plan para responder a esta situación antes de que sea ya imposible adelantar elecciones.