Vizcarra y Villanueva, así como también quienes lideran el Congreso y los demás poderes, no deben tener miedo a ejercer el poder del diálogo y la negociación. (Foto: Rolly Reyna/El Comercio)
Vizcarra y Villanueva, así como también quienes lideran el Congreso y los demás poderes, no deben tener miedo a ejercer el poder del diálogo y la negociación. (Foto: Rolly Reyna/El Comercio)
Juan Paredes Castro

El presidente y el primer ministro han comenzado, codo a codo, a ejercer el poder político con visión clara, objetivos realistas y cuidadoso equilibrio.

Todo esto no basta, por supuesto, para creer que tendremos un buen gobierno.

Ambos se han ganado también la confianza parlamentaria en base a un convincente plan de acción gubernamental y esperan contar con facultades legislativas, algunas de complicado trámite, para sacar al país de su parálisis política (por falta de reformas), retroceso económico (por descalabro fiscal) y barranco social (por ausencia y superposición de prioridades).

Todo esto tampoco resulta ser la premisa de un trayecto de gobernabilidad a velocidad de crucero.

Falta, en el gobierno, el empleo del otro poder, inherente al poder político democrático: el poder del diálogo y la negociación, hacia adentro y hacia fuera, sin la ansiedad y el pánico que generalmente lo embargan, frente a la oposición, por ejemplo. A esta también –sea fujimorista, aprista o de izquierda– la asaltan la misma ansiedad y el mismo pánico a la hora de tener que dialogar y negociar con el Ejecutivo.

Nuestro sistema institucional sufre históricamente de ese mal endémico: el de rehuir al diálogo y a la negociación. De ahí que arrancar concertaciones y consensos sea como un parto de los montes, tan doloroso como frustrante. Si este es un poder desperdiciado, hay otro igual y comúnmente abandonado: el del uso pleno de las prerrogativas coercitivas de la democracia, cada vez que, digamos, una huelga pretende afectar servicios públicos vitales. Se puede ejercer autoridad, inclusive represiva, bajo parámetros democráticos y constitucionales. No hacen falta mandatos autoritarios, y menos dictatoriales, para establecer el ejercicio de un pleno y civilizado Estado de derecho.

Vizcarra y Villanueva, así como también quienes lideran el Congreso y los demás poderes, no deben tener miedo a ejercer el poder del diálogo y la negociación, que no es otra cosa que buscar acuerdos y entendimientos por encima de las diferencias y discrepancias existentes. Tampoco tener miedo a ejercer autoridad constitucional. Solo así el Gobierno podrá sacar adelante su voto de confianza, su pedido de facultades legislativas y las acciones consiguientes.

¿Por qué tanto rodeo y tartamudez para confirmar una necesaria reunión Vizcarra-Keiko? ¿A qué abismo político podría llevar un diálogo con la mandamás de Fuerza Popular? No hay manera de que Vizcarra conduzca el difícil y complejo tramo gubernamental que queda de aquí al 2021 sin un claro entendimiento con el fujimorismo, el Apra, Alianza para el Progreso, Peruanos por el Kambio, Frente Amplio, Nuevo Perú y Acción Popular.

Si Kuczynski desayunó, almorzó y cenó con Humala y Heredia más de una vez sin que nadie se escandalizara, ¿por qué Vizcarra no podría hacer lo mismo con Keiko, Arana, Mulder, Lescano? Todos los políticos debieran odiarse y recelarse menos aprendiendo a tolerarse y respetarse más. Tenemos los políticos que tenemos. No hay manera de traerlos de afuera para trasplantarlos aquí. Exijámosles dialogar y negociar, concertar y consensuar. Es un poder a exhibir mejor que el de la impunidad.