Vizcarra parece oponerse a que la ministra de Educación, Flor Pablo, sea interpelada por el Congreso. (Foto: Dante Piaggio / Archivo El Comercio)
Vizcarra parece oponerse a que la ministra de Educación, Flor Pablo, sea interpelada por el Congreso. (Foto: Dante Piaggio / Archivo El Comercio)
José Carlos Requena

En su incansable vocación por la verborrea errática, el presidente acaba de escribir un nuevo episodio. En su reciente viaje a Huanta, el domingo 5 de mayo, el mandatario dijo aspirar a que la educación no se politice ni que “se use la educación como pretexto para atacar al gobierno”, ya que “se estaría usando a la educación con objetivos políticos”. Agregó, enfático: “Eso no lo vamos a aceptar”.

La frase generó muchos titulares. Pero es un anhelo vacío y hasta riesgoso, que poco aporta a la desafección política que caracteriza al Perú contemporáneo. Vizcarra parece oponerse a que la ministra de Educación, Flor Pablo, sea interpelada por el Congreso, un mecanismo propio de los regímenes democráticos. Al querer poner por encima de este procedimiento a una funcionaria designada por él, Vizcarra pone en entredicho a la representación nacional, elegida (muy a pesar de sus detractores) por el voto popular.



Por lo demás, el pedido de no politizar la función del Parlamento o un despacho ministerial es cándido. ¿Qué otro rol le puede esperar a los funcionarios elegidos por voto popular que son los congresistas? ¿No son políticos acaso los técnicos o expertos que, temporalmente, ejercen funciones de gobierno?

Las interpelaciones suelen ser impopulares y parecen muchas veces motivadas por sinrazones. De hecho –y en particular en este Congreso– muchas veces han sido una pérdida de tiempo para interpelados y para quienes interpelan. Tener a gobiernos con limitado peso parlamentario, como los de Pedro Pablo Kuczynski o Vizcarra, frente a una oposición acre y hostil, les da más espacio y hasta dramatismo.

Pero las tensiones no son nuevas. En noviembre del 2011, el entonces ministro de Agricultura, Miguel Caillaux, verbalizó el malestar, que seguramente comparten quienes han tenido altas responsabilidades en el Estado. “La verdad es que le ponemos pasión al trabajo y le ponemos pasión al tema, y nos molesta realmente que nos hagan perder el tiempo en estas estupideces”, dijo Caillaux. Aunque luego se disculpó por el exabrupto, el incidente quedó registrado como muestra de la tirantez recurrente.

El listado de preguntas de la interpelación a Pablo contiene muchas inexactitudes, como bien lo ha reseñado Josefina Miró Quesada (web de El Comercio, 3/5/2019). En ello han confabulado anteojeras ideológicas de paporreta e intereses que parecen ajenos al bienestar de los escolares.

Pero mal hace el presidente en sacar el debate de los fueros parlamentarios. Dada su larga trayectoria en el sector, Pablo debería responder con soltura el pliego interpelatorio. Flaco favor le hace Vizcarra al procedimiento con declaraciones que parecen tener como única motivación la búsqueda de rebotes mediáticos.

Por lo demás, lo dicho por Vizcarra (evitar politizar un asunto político) va en contra de centrar los debates en temas que son realmente relevantes a la ciudadanía. Abona, así, a la enajenación que ha caracterizado a la clase política peruana en tiempos recientes.