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Fernando Vivas

Tras los bostezos, un sopapo y una reacción retardada. Esa fue la crónica del mensaje presidencial del 28 de julio. El presidente del Congreso, , no atinó a responder la pechada de adelanto de elecciones que le hizo en su cara y en su casa. Lo dejó ir con una sonrisa de circunstancia y un apretón de manos protocolar.

La idea de ofrecer un diálogo como una rama de olivo no podía surgir del Congreso, pues este era el poder retado y atarantado. Surgió, como correspondía, del ala dialogante de Palacio, la PCM. inició, tras los feriados de Fiestas Patrias, una ronda de conversaciones con todas las bancadas.

Llamó a Olaechea, pero este estuvo agripado, y se pospuso esa cita por dos días. Del Solar dio un paso más: fue al Congreso el 5 de agosto a reunirse con él. La propuesta de había puesto al país en modo 2020, y Olaechea junto con la mayoría fujimorista que lo eligió están en modo 2021.

Sin embargo, en ese momento entendían que no había más remedio que priorizar ese proyecto de reforma a su manera, sin un referéndum que sería un golpe de popularidad vizcarrista. Hasta que ocurrió un imprevisto.

Entre el 11 y el 13 de agosto se filtraron audios que mostraban al presidente negociando con los alcaldes opuestos a Tía María la suspensión de la licencia de construcción que públicamente defendía. Ello distrajo la agenda, debilitó al gobierno y aportó unos días de dilación a la batalla del fujimorismo contra el tiempo: el adelanto perderá sentido cuando no haya nada que adelantar.

Reserva para cuatro
Pedro Olaechea estaba urgido de buscar un perfil propio y dialogante, pues aún se le percibe muy condicionado por la mayoría fujimorista. A la vez, quería colaborar con el ánimo de su mayoría, ganando tiempo con diálogos y consultas como la que ya ha hecho a la Comisión de Venecia.

Por todo esto se pronunció dos veces, el 19 y el 21 de agosto, buscando el diálogo con Vizcarra. La primera vez incluyó una aspereza –“presidente, no tenga miedo de gobernar”–; la segunda vez fue más proactivo al pedir el encuentro.

A Martín Vizcarra no le interesaba dialogar mientras una mayoría que Olaechea no controla le diera largas al adelanto y buscara todos sus flancos débiles y judicializables. Pero, inquirido por la nube de reporteros que buscaba su réplica a Olaechea, apeló a una frase hecha: “Siempre estamos dispuestos a dialogar”.

Olaechea tuvo su mejor reflejo después del sopapo: tuiteó pidiendo al presidente que ponga fecha y hora. Vizcarra, a regañadientes, respondió que, una vez que se encontraran en el Consejo de Justicia, el 26 de agosto, fijarían fecha.

El diálogo, por fin, ocurrió el martes 3. En Palacio esperaban a cuatro personas y no a una. Una fuente cercana a Olaechea me asegura que fue una falsa noticia difundida en las redes el hecho de que iba a ir acompañado por Rosa Bartra, Milagros Takayama y Moisés Guía, presidentes de las comisiones de Constitución, Presupuesto y Justicia, respectivamente.

El grupo hacía sentido, pues en sus canchas están los temas del diálogo y, por eso, en Palacio estaban, además de Vizcarra, Del Solar, Carlos Oliva del MEF y Vicente Zeballos de Justicia.

Una fuente cercana al congresista Guía me dijo que, en efecto, los tres estuvieron convocados, pero minutos antes les dijeron que ya no irían. No sabemos cuál fue el motivo que hizo a Olaechea cambiar de planes y llegar solo. Su soledad lo acompañó un buen trecho hasta que lo recibieron su propio hombre de protocolo junto al de Palacio.

Tete a tete
Aunque Vizcarra quiso darle al diálogo el contenido de ‘estamos trabajando para el adelanto’, estuvo 25 minutos a solas con Olaechea. De lo que hablaron en ese tete a tete, mis fuentes palaciegas y congresales guardan absoluto silencio.

De lo que siguió, ya con los ministros presentes, me contaron que el gobierno, dentro de la cordialidad y distensión del diálogo, buscó rebatir la insistencia de Olaechea en la importancia del tema de seguridad, diciéndole que esa es también una preocupación efectiva del gobierno, pero que no requiere de cambios normativos.

Como era de esperarse, Olaechea buscaba una agenda difusa, mientras Vizcarra quería concentrarse en el adelanto. Antes de salir, le plantearon a Olaechea dar una declaración en una sala contigua –colegas que cubrieron el evento me confirman que vieron el espacio dispuesto para ello–, pero Olaechea dijo que prefería escribir un texto y leerlo en el Congreso.

Hasta hubo una broma sobre la conveniencia de leer, para así evitar un dislate como el que, horas antes, le había ocurrido al propio presidente del Congreso, cuando, tras la votación de una cuestión previa sin importancia, dijo: “Queda rechazada la cuestión de confianza [sic]”. Hubo un estallido de carcajadas que, por primera vez en mucho tiempo, incluyó a fujimoristas e izquierdistas.

El estado del diálogo entre poderes, en cambio, no es de risa. Es de cuidado. Tras el encuentro del martes, como si se confirmara que el hombre del Congreso no controla a la mayoría, la Comisión de Fiscalización disparó contra las encuestadoras, la familia del presidente y hasta se propuso investigar las circunstancias detrás de la propuesta de adelanto de elecciones.

Janet Sánchez, disidente del ppkausismo que planteó la última de las provocaciones, retiró su moción al día siguiente. Algunos fujimoristas y el propio Olaechea, en un pronunciamiento algo críptico, dejaron entrever su desazón ante el caudal de provocaciones.

Le he consultado si tuvo algo que ver con el retroceso de su excolega de bancada Sánchez. No me ha contestado y no podemos tomar su silencio por un sí. Le habrá sido más difícil, si no imposible, lograr el retroceso de alguna iniciativa naranja. Es evidente que el presidente del Congreso no solo ha buscado en esta semana el respeto palaciego sino, también, el de la desbocada mayoría que lo eligió.