Pleno (Foto: Hugo Pérez/GEC)
Pleno (Foto: Hugo Pérez/GEC)
Jaime de Althaus

Con las nuevas reglas es más fácil inscribir nuevos partidos, pero no tanto como proponía el proyecto de la comisión de alto nivel. Se necesitarán alrededor de 20 mil militantes y acreditar 20 comités departamentales y 66 distritales, requisito que no existía en el proyecto original. Si el plazo para la inscripción vence en julio del 2020, tendrán un año para hacerlo. No es mucho tiempo.

Los partidos en general tendrán que buscar buenos precandidatos presidenciales si quieren superar la valla del 1,5% en las primarias obligatorias, alrededor de 280 mil votos. Si dichas primarias se realizan en noviembre del 2020, los nuevos candidatos (Cillóniz, Nieto, etc.) no tendrán tampoco mucho tiempo para darse a conocer.

Es posible que solo pasen la valla de las primarias entre 6 y 8 partidos, considerando los resultados de la elección anterior. Pero, a diferencia de lo que proponía el proyecto, la ley aprobada establece que los que no pasan no pierden la inscripción. Simplemente no siguen en carrera en ese proceso. Subsistirán entonces los partidos cascarón, cuando la intención era eliminarlos. Aunque tendrán luego que presentar candidatos en todas las elecciones nacionales y subnacionales, de modo que los que no puedan hacerlo desaparecerán. Pero no es difícil vender candidaturas.

De otro lado, la excepción que han conseguido los partidos inscritos para que las primarias por esta vez solo ratifiquen su elección interna pero no escojan a los candidatos (voto preferencial) en el fondo no les conviene, porque atraerán menos electores para pasar la valla del 1,5% si es que estos no pueden ejercer el voto preferencial.

Se aprobó la paridad y alternancia, lo que hará que en las primarias el voto de algunos valga menos que el de otros. Por ejemplo, si en un distrito electoral de 4 escaños resultan elegidos 4 hombres, dos quedarán descartados para poner a dos mujeres. O viceversa. Un cierto porcentaje de votos no tendrá valor. El principio del voto, ontológicamente constitutivo de la democracia, se subordina a un mecanismo instrumental para conseguir otro valor.

En la suma es posible que estas nuevas reglas ayuden a tener partidos más reales. Pero hay dos problemas serios. El primero es la antirreforma populista de la no reelección de congresistas, que atenta contra la consolidación de los partidos. Es indispensable recuperar por ahora cuando menos la reelección de las autoridades subnacionales, como primer paso.

Y permitir ‘think tanks’ por impuestos para que algunos congresistas estudiosos que terminan su mandato puedan continuar en política y para, de paso, combatir el segundo problema: la pérdida general de interés en participar en partidos luego del colapso del socialismo real que diluyó la gran división ideológica, y luego de que formas de democracia directa como las redes, las encuestas, los portales y la prensa reemplazaran a los partidos en la formación y expresión de ideas y demandas. ‘Think tanks’ partidarios devolverían poder de análisis y propuesta, de formación de la opinión pública, a los partidos.

Y, para competir con las formas de democracia directa, lo mejor son distritos electorales pequeños que más bien pondrían las redes sociales al servicio de una relación personal entre el elector y su representante. 

Ambas reformas están pendientes.