La “mala” y la “buena” corrupción, por Juan Paredes Castro
La “mala” y la “buena” corrupción, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

La sensatez parece de pronto extraviada en el tumulto político, sin posibilidad de rescate alguno por ahora.

Gobernantes y legisladores siguen ofreciendo el triste espectáculo de prestarle oídos y obediencia al griterío radical de las tribunas fujimoristas y antifujimoristas, caviares y anticaviares. Sin partidos ni militantes a quienes escuchar y rendir cuentas, son traídos y llevados de las orejas por las redes sociales o por los cantos de sirena que los vuelven bobos a la hora de manejar la crítica realidad que vivimos. 

El ministro no estaría hoy enfrentado a una censura inminente si hubiera hecho el control de daños severo y efectivo de los casos de corrupción en su sector, en lugar de pasarlos por agua tibia, y si su defensa no hubiera sido encargada a terceros, más inclinados en exhibir su cabeza como trofeo de victimización frente al fujimorismo.

Es cierto que Saavedra representa una mejora cualitativa de la educación en los últimos años, como José Antonio Chang en la liberación del magisterio de la dictadura del Sutep. Pero es una farsa pensar que Saavedra encarne “el futuro de la reforma universitaria”, reforma que puede ser modificada y derogada en un santiamén por la mayoría parlamentaria fujimorista, sin tener que censurarlo.

Tampoco se trata de jugar alegremente con la “cuestión de confianza”, que como recurso constitucional no está en función de personas sino de políticas de Estado y programas de gobierno. Sería una torpeza mayúscula que un jefe del Estado pretendiera responder una interpelación y censura a un ministro con un cierre del Congreso.

Lo que sí debe hacer un jefe del Estado en circunstancias crispadas como la presente es nivelar las aguas en lugar de agitarlas con el soplo malhumorado y vehemente de quienes quieren verlo en guerra abierta con la oposición parlamentaria. Y lo que se espera del fujimorismo empavonado de hoy es la ecuanimidad de los primeros días de goce de su mayoría en el Congreso, cuando descubrió que la gobernabilidad del país no es la dádiva del poderoso de turno sino el derecho de todos los peruanos.

Por último, no nos vengan con que hay una corrupción buena si esta se da en el actual gobierno y que hay otra mala si viene del fujimorismo o del Apra. La corrupción resulta tolerable si de por medio está el ministro Saavedra, que nos ha sacado del hoyo de las pruebas PISA. Pero es intolerable si de por medio está el fujimorismo, aunque el año 90 nos sacara de la hiperinflación y del terrorismo. 

¿Qué pensará hacer ahora la Comisión de la Integridad, distribuyendo la corrupción en mala y buena, en tolerable e intolerable, según quiénes la perpetren y quiénes sean sus responsables? 

¿Por cuál corrupción convocamos marchas y lavados de bandera: por la buena o por la mala? ¿Y quiénes nos tendrían que decir, por Dios, cuál es en verdad la corrupción buena y cuál la mala? 

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