(Foto: El Comercio)
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Diana Seminario

Las revelaciones hechas esta semana por este Diario en las que se afirma que la campaña por el No a la revocación fue financiada por las empresas brasileñas Odebrecht y OAS solo confirman lo que muchos sospechamos hace años y que todos negaron en diferentes tonos desde una inexistente “superioridad moral”.

“Soy honesta. Hemos hecho cosas bien y mal”, eso nos decía cuando pedía a los limeños votar por el No. “Ayúdame a continuar este proyecto que hace obras y no roba”, decía en su spot final de campaña. Para la ex alcaldesa y sus partidarios, la diferencia entre ellos y el resto se centraba en que los de la chalina representaban la honestidad, la trayectoria limpia. El resto “roba pero hace obra”, “son parte de una mafia”. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice el refrán popular.

La honestidad no se proclama, se demuestra con una trayectoria limpia. Cómo olvidar aquel eslogan de campaña: honestidad para hacer la diferencia que proclamaba Ollanta Humala en el 2011. Ya vemos dónde está Humala y la penosa situación actual de Villarán.

Varios ayayeros oficiosos de la ex gestión de la alcaldesa limeña se apuraron en señalar cuando apareció la primera noticia de los tres millones de dólares, de que esto no configuraba delito. Lo que se olvidaron de señalar es que la campaña por el No en el 2013 no era una contienda cualquiera: Villarán era la alcaldesa de Lima y pidió a los brasileños aportes para financiar toda la maquinaria por el No. A los mismos a los que les dio una generosa concesión de los peajes de Lima, a los mismos que defendió a capa y espada cuando eran evidentes las irregularidades de ese contrato. “Las obras privadas se pagan con peajes, contrato publicado, todo con transparencia”, decía una airada alcaldesa cuando algún periodista se “atrevía” a preguntar por los contratos con los brasileños.

Solo una mirada sesgada no podía o no quería ver que los millonarios recursos tenían una fuente irregular. Criticar en su momento a la gestión y a la supuesta “incondicionalidad” de algunos de los rostros del No era sinónimo de ser parte de una “mafia”, porque la contienda de entonces era entre “la decencia y la mafia”, como le gusta a la alicaída y autoproclamada reserva moral trazar la cancha.

“La decencia” inventaba cooperadores para hacer cuadrar las cuentas de las donaciones, “la moralidad pública” llamaba personalmente a la cabeza de Odebrecht para pedirle directamente el dinero, los dignos e impolutos dicen ahora sentirse decepcionados, “que todo se hizo a sus espaldas”.

¿Qué dirán ahora cuando un político opositor a sus intereses alegue las mismas motivaciones? Los mismos que gritaron y llenaron plazas y pusieron las manos al fuego por su lideresa son los que ahora emplazan a Susana a que dé la cara y aclare lo que tenga que aclarar.

Es tiempo de dejar tranquilas a las palabras ‘honestidad’ y ‘decencia’, porque no son un simple eslogan marketero, sino una forma de vida y deberían ser una manera de hacer política.

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