Esta imagen tomada por la enviada especial de El Comercio a Brasilia muestra el momento exacto de la firma del acta. El entonces vicecanciller peruano, Eduardo Ponce, figura al centro de la foto. (Foto: Rossana Echeandía / Archivo)
Esta imagen tomada por la enviada especial de El Comercio a Brasilia muestra el momento exacto de la firma del acta. El entonces vicecanciller peruano, Eduardo Ponce, figura al centro de la foto. (Foto: Rossana Echeandía / Archivo)
Ricardo León

Hoy se cumplen 25 años de la firma de la, hecho crucial que después se consolidó en los Acuerdos de Paz de Brasilia.

En el acta firmada el 17 de febrero de 1995 se leía, entre otros puntos, que las partes aceptaban “separar inmediata y simultáneamente todas las tropas de los dos países comprometidas en los enfrentamientos, a fin de eliminar cualquier riesgo de reanudación de las hostilidades”.

Por el Perú, firmó el vicecanciller Eduardo Ponce Vivanco, y por Ecuador su homólogo Marcelo Fernández de Córdoba. En esta entrevista, Ponce recuerda lo difícil del momento no solo por la negociación en sí, sino por el contexto político que se vivía en el Perú.

Exvicecanciller Ponce: “Fue una negociación muy complicada”. (Foto: César Campos / GEC)
Exvicecanciller Ponce: “Fue una negociación muy complicada”. (Foto: César Campos / GEC)
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—Cuando piensa en la negociación previa y en la firma de la declaración, ¿cuál es el momento más difícil que recuerda?

Todo el proceso fue muy complicado y muy desventajoso, porque la diplomacia se enteró muy tardíamente de lo que estaba ocurriendo en el valle del Cenepa. Y cuando el frente militar y el frente diplomático no combinan oportuna y eficientemente, la negociación se hace muy difícil. Y esto, además, en simultáneo a una campaña preelectoral donde el presidente de la República era candidato y su contendor era nada menos que Javier Pérez de Cuéllar, un diplomático connotado que exigía la salida de todos los soldados ecuatorianos antes del cese de las hostilidades.

—Era la diplomacia contra la política.

Y contra la suerte que teníamos en el teatro de operaciones. Al final, los soldados ecuatorianos no salieron por la fuerza de las armas, sino de la diplomacia.

—El conflicto del Cenepa, aunque fue breve, pudo haber sido enorme.

En la guerra del Cenepa estaban comprometidas fuerzas muy importantes; muchos la consideraron una pequeña guerra, pero no lo era. La desventaja estratégica que tenía el Perú en el valle del Cenepa era muy descorazonadora, muy dolorosa. Y la desventaja era de tal naturaleza que invitaba a abrir la guerra en otros frentes. Uno de los factores de disuasión más utilizados por el presidente Fujimori fue el acercamiento de la flota naval a la frontera marítima; el propósito era trasladar el mensaje de que el bombardeo a Guayaquil y a los puertos ecuatorianos estaba a la vuelta de la esquina.

—¿Qué cambió el curso de la negociación?

Los garantes fueron testigos dramáticamente presenciales de los esfuerzos que hicimos para lograr un acuerdo muy difícil. Las guerras ya no se declaran en nuestros días: esta comenzó mucho antes y terminó mucho después, gracias a la arquitectura de seguridad que pactamos en la Declaración de Paz de Itamaraty, que actuó sobre un área desmilitarizada administrada y vigilada por la Misión de Observadores Militares Ecuador-Perú (Momep). Las fuerzas de los dos países estaban deseosas de vengarse, la una contra la otra.

—Jugando al contrafáctico: ¿qué habría ocurrido si no se llegaba a un acuerdo?

Habríamos negociado más y más, porque la comunidad internacional estaba encima. Los garantes estaban realmente comprometidos y decididos a liberar a la región de este problema. Se creó un foco de tensión anacrónico en la frontera peruano-ecuatoriana, y además lo convirtió en un problema regional.


TESTIMONIO:

Rossana Echeandía: “Si aquí no nos dan información, nos vamos a buscarla a Brasil”

*Echeandía es directora académica de Comunicación y Periodismo de la UPC. Fue enviada especial de El Comercio a Brasilia.


Ese martes 7 de febrero llegué temprano al Diario. Estábamos más alertas que nunca por el conflicto con Ecuador, aunque todavía no se medía la verdadera dimensión de lo que estaba ocurriendo. La información ecuatoriana, evidentemente a favor de su postura, era abundante; la peruana era escasa o inexistente.

Para entonces, en Río de Janeiro se estaban reuniendo los representantes de los cuatro países garantes del protocolo, y los del Perú y Ecuador. La guerra informativa la iba ganando Ecuador. Si aquí no nos dan información, nos vamos a buscarla a Brasil, fue la consigna.

Y partí rumbo a Brasilia, a donde se había mudado la comitiva diplomática.

Fui la única periodista peruana durante toda esa etapa de las conversaciones. El periodista Edgar Vásquez, entonces de Teleamazonas, era el único ecuatoriano. El resto era un grupo de corresponsales de las agencias internacionales que trabajaba en la capital brasileña.

Diez días después, el 17 de febrero de 1995, tras horas y horas de reuniones con la delegación peruana y la ecuatoriana, los garantes parecieron haber logrado un acuerdo para firmar la Declaración de Paz de Itamaraty, que significó el primer paso para los acuerdos que tres años después les dieron un vuelco a las relaciones entre el Perú y Ecuador.

Ese día, las reuniones comenzaron a eso de las 8 de la mañana. Pasaban las horas, salían unos y entraban otros a la sala de reuniones. Cerca de la medianoche empezó a llegar personal de la cancillería brasileña, señal de que algo importante iba a pasar. Poco después, el garante argentino se asomó desde el segundo piso donde se reunían y levantó el dedo pulgar. Aplaudimos y los colegas nos abrazaban a Edgar y a mí alegrándose del final de un conflicto absurdo.

A esa hora tuve que enviar mi reporte. Eso fue hace 25 años y no, no había Internet. Yo había ido avanzando mi historia a lo largo del día, con detalles de lo que iba sucediendo y lo que iba sabiendo gracias a mis fuentes allí. La envié por fax y la completé dictando por teléfono los párrafos iniciales, con el cierre histórico de ese largo día.

En El Comercio, me esperaban para la nota principal del Diario, la portada y el editorial. Dos horas de diferencia me salvaron de causar un cierre tardío, aunque el acontecimiento lo hubiera merecido.



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