Vargas Llosa ha declarado desde Punta del Este que el Perú deberá dar una “gran batalla para preservar la democracia, porque el fujimorismo es la dictadura y la corrupción”. Por favor, ese totalitarismo de la opinión, que excluye al sector político más importante del país, no es precisamente democrático y solo sirve para desarrollar en el sector repudiado reacciones intolerantes. La intolerancia engendra intolerancia.
Nuestra democracia no puede excluir a su partido más importante, no sería democracia. Una cosa es el Fujimori que sojuzgó instituciones y compró la prensa para perpetuarse en el poder (que es por lo que debió ser juzgado, no por asesinatos no demostrados) y otra es el fujimorismo actual que ha participado ya en tres Congresos, ha aprendido a funcionar dentro de las reglas de la democracia e incluso ha formado un partido político organizado que el padre jamás quiso fundar, el único esfuerzo serio de construcción partidaria en una democracia que ve cómo sus partidos se desintegran y desaparecen.
Cierto es que Fuerza Popular (FP) dio razones a sus enconados enemigos con el intento indefendible de destituir al fiscal de la Nación, que hizo recordar actitudes de los 90. Pero saltar de allí a la tesis de que FP quiere avasallar todos los poderes y destruir la democracia es un salto que solo puede venir impulsado por el anatema. Los juristas más destacados están de acuerdo en que los miembros del TC que cambiaron el voto de un ex magistrado para anular un hábeas corpus cometieron un acto nefando, acaso delictivo, que merece la acusación constitucional que se abrió –no por iniciativa de FP– y también quizá la destitución.
El hecho es que la propia FP tendrá ahora que moderar su tufillo prepotente por efecto, paradójicamente, del indulto a Fujimori. Si nunca existió la posibilidad real de destituir al fiscal de la Nación por falta de votos (dos tercios del total de congresistas), ahora menos. A Keiko Fujimori no le queda más que entenderse de alguna manera con Kenji si quiere tener opción el 2021. Pero para que ella acepte algunas de las condiciones exigidas por Kenji, este tendría que asegurarle a ella la candidatura del 2021. Y Keiko tendrá que aprender a manejar un partido con dos alas.
Si esto se resuelve bien, el Gobierno tendrá al frente una oposición que seguirá siendo oposición pero más constructiva. La gobernabilidad se afianzará y tendremos la esperanza de que se aprueben reformas fundamentales. Mientras tanto, pase lo que pase, Gobierno y oposición podrían sentarse desde ahora a elaborar una lista de los proyectos mineros y de infraestructura que queremos que salgan este año para aprovechar la bonanza internacional, que corremos el riesgo imperdonable de desaprovechar. Esto no requiere de Gabinete de reconciliación ni de ministros nuevos, sino sencillamente de pensar en el país por un instante para acordar una lista que dé confianza y nos permita volver a crecer a tasas altas para reducir la pobreza, generar empleo y mejorar los ingresos de todos.
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