(Ilustración: Giovanni Tazza/ El Comercio)
(Ilustración: Giovanni Tazza/ El Comercio)
Fernando Vivas

Las angustias de los políticos que serán mentados en Brasil han provocado una ola de cuestionamientos a por haber sido jefe de campaña de PPK en el último tramo de la lid del 2016. La idea es que quien encabeza la lucha anticorrupción y tiene a sus opositores en ascuas tendría los pies enfangados como ellos, porque, según lo trascendido de la investigación del equipo del fiscal Germán Juárez y el testimonio de un colaborador eficaz, el ‘club de la construcción’ habría hecho aportes a la campaña de la que fue jefe.

El presidente tendrá que seguir respondiendo y colaborar con las investigaciones sobre aportes a la candidatura de PPK y sobre los contratos con el Estado que hayan establecido presuntos aportantes como, por ejemplo, la empresa de construcción CASA. Pero para entender las implicancias de la función de Martín Vizcarra ante los ppkausas, definamos, con los antecedentes de la historia y la tradición política local, qué hace un jefe de campaña (JC).

Conversé con diversos políticos, incluyendo algunos que fueron JC, y puedo darle esta definición genérica de un JC peruano: es el encargado de coordinar y movilizar los recursos con los que cuenta una fórmula electoral; o sea, es el responsable de armar giras, mítines, actos de masas y presentaciones de su candidato. Es estratega y, a la vez, ejecutivo.

Por lo general, el JC anda bastante atribulado con tantas tareas logísticas como para encargarse de recaudar fondos. Su rol es, más bien, gastar lo que otros consiguen. Pero esto puede variar de acuerdo al candidato, la alianza y la ocasión.

—Quiero que lo sepa—
Si se trata de un líder de partido grande y no postula en alianza, como Alan García en sus primeras veces o Keiko Fujimori, el aparato y los cargos del partido juegan un rol clave. Por ejemplo, un veterano aprista cuenta que en 1985, durante la primera campaña triunfal de García, la jefatura de campaña recayó en miembros del aparato partidario, mientras que las finanzas se encomendaron a Antonio Biondi, empresario aprista.

En 1990, un modesto candidato, Alberto Fujimori, se impuso con una fórmula que no era de aparato partidario, sino centralizando funciones entre pocos amigos y familiares. El gran favorito, Mario Vargas Llosa, perdió, pero nos dejó un testimonio desenfadado –“El pez en el agua”– de la que fue, hasta entonces, la campaña más compleja y desbordada. Allí cuenta que el recaudo de fondos estuvo a cargo de Felipe Thorndike y el jefe de campaña fue Miguel Cruchaga. Y confiesa que el asedio de quienes querían enterar al candidato de sus aportes, quién sabe con qué intereses, lo llevó a distanciarse por completo de las finanzas fredemistas. Prefería no enterarse del asunto. Parecido sentimiento –y mecanismo de defensa– suele operar en los jefes de campaña respecto al ‘fundraising’.

Hablé con un notorio JC, Carlos Bruce. Cumplió ese papel para las candidaturas de Toledo en el 2001 y en el 2011. Su bautizo de masas fue coordinar la Marcha de los Cuatro Suyos en julio del 2000. Bruce asegura que las finanzas le eran ajenas. En la primera campaña, las centralizaron Toledo y su entorno íntimo familiar (recuerden las denuncias de las cuentas abiertas en EE.UU. por su sobrino Coqui, con lo que se presumía eran las donaciones de la fundación de Soros), y en la del 2011 lo hizo el encargado de finanzas de Perú Posible, Javier Reátegui. Bruce hace dos observaciones cruciales: “Por lo general, el aportante quiere que el candidato sepa quién hizo el aporte”, lo que lleva al otro apunte: “El candidato suele tener un círculo íntimo que maneja las finanzas”.

—La plata no llega sola—
El candidato suele ser el gran jefe de campaña, puede estar ajeno a la entrega física o bancarizada de la donación, pero difícilmente ignorarla. En el caso de Ollanta Humala, por ejemplo, fue su círculo íntimo, nada menos que su esposa Nadine Heredia y familiares quienes manejaban el recaudo de fondos. En el 2006, el jefe de campaña fue Martín Belaunde Lossio, que sí se involucró en las finanzas, como lo muestran las investigaciones fiscales. En el 2011, cuando ampliaron su alianza y triunfaron, el jefe de campaña fue Salomón Lerner Ghitis y, según me asegura cuando lo llamo, estuvo “totalmente apartado de las finanzas”. En efecto, las investigaciones fiscales apuntan a Nadine, su familia y algunas íntimas amistades.

En el caso de Keiko Fujimori, su JC en el 2011 fue Jaime Yoshiyama, quien, lo podemos decir hoy gracias a las investigaciones y audiencias públicas, sí se involucró en las finanzas. En el 2016, el JC fue José Chlimper. Sabemos, por las investigaciones fiscales, que Chlimper sí habría estado involucrado en las finanzas de la campaña del 2011.

Estamos, por lo tanto, ante variantes del modelo clásico de campaña con funciones definidas, siendo la jefatura de campaña ajena a la recaudación de fondos o ‘fundraising’. En algunos casos, con candidatos y partidos grandes, el JC suele estar al tanto de todo. En los casos de caudillos con partidos pequeños o alianzas, el JC suele ser ajeno al trasiego de los fondos de campaña.

En el caso de PPK, tanto en el 2011, cuando no pasó a la segunda vuelta, como en su campaña triunfal del 2016, varios han señalado a Susana de la Puente como la principal ‘fundraiser’. Se conoce incluso una declaración de Barata que dice que ella habría recibido el aporte de Odebrecht en el 2011. En el 2016, mis fuentes ppkausas coinciden en que De la Puente repitió ese papel y que Martín Vizcarra, JC en el último tramo, estuvo ajeno al ‘fundraising’. Sin embargo, hay muchos detalles, fuentes e intermediarios de los fondos, que nos falta conocer.