El presidente Martín Vizcarra anunció el proyecto de reforma constitucional en su mensaje a la Nacion. (Foto: Presidencia)
El presidente Martín Vizcarra anunció el proyecto de reforma constitucional en su mensaje a la Nacion. (Foto: Presidencia)
Diana Seminario

Polarizar suele dar resultados cuando se quiere ganar una elección. Ha sido la fórmula del triunfo en los últimos años en nuestro país. Alimentar los ‘anti’ puede ser un buen negocio a corto plazo, pero no se puede recurrir a esto siempre, porque llega un momento en el que al atizador de la llama se le puede escapar el fuego y terminar calcinado.

El presidente planteó ayer una reforma constitucional para acortar el mandato presidencial a cuatro años, y así mandar a todos a su casa, con él incluido. El aplauso no tardó. Si bien no cerró el Congreso como algunos esperaban o alentaban, en la práctica encendió la mecha aferrándose al descrédito de algunos parlamentarios.

La intención de dar un golpe efectista de este estilo era previsible. ¿O acaso creen casual el pronunciamiento de un frustrado candidato presidencial en la víspera del mensaje a la nación?

La elección de como presidente del Congreso ha sido un duro revés para la ‘coalición vizcarrista’. Con el exfujimorista Salaverry al frente del Legislativo todo era posible. Con un hombre de principios y un demócrata como Olaechea, la cosa se le complica al Ejecutivo. Entonces el “nos vamos todos” era la mejor salida para un mandatario que no tiene nada que mostrar.

Quienes aplauden la ‘audacia’ de Vizcarra, su ‘habilidad’, lo hacen con una mirada cortoplacista animada por la animadversión a la primera minoría del Congreso y al hecho de que un hombre del talante de Olaechea esté al frente del Parlamento. Seamos claros, la posición del nuevo titular del Legislativo irrita a más de uno que se hace llamar ‘progresista’.

Lo contradictorio de la propuesta de Vizcarra –que por cierto se queda en palabras, pues no ha presentado ningún proyecto– es que señala: “No queremos frenar el crecimiento del país ni frenar la inversión”.

¿Qué crecimiento va a frenar si estamos estancados? ¿Sabe el presidente que no hay incertidumbre mayor que cambiar las reglas de juego en pleno partido? ¿Quién va a querer invertir en un país donde no se sabe cuándo serán las próximas elecciones?

Por cierto, el jefe del Estado no nos garantiza que no postulará. Pero esa es otra historia...

“Propongo una salida a esta crisis institucional. Presento al Congreso una reforma constitucional de adelanto de elecciones generales, que implica el recorte del mandato congresal al 28 de julio del 2020”.
Vizcarra propone acabar con una crisis generando otra.

Si el presidente cree que la situación no da para más y no puede manejarla, que se sincere y renuncie. No tiene que hacer ninguna reforma porque todo está previsto en la Constitución y así nos ahorra el referéndum.

La Carta Magna prevé que, por impedimento del ejercicio de la presidencia, asume el vicepresidente (en este caso, la vicepresidenta), y si esta renuncia, la Presidencia de la República recae en el titular del Parlamento, quien convoca a elecciones.

El aplauso fácil de quienes han avalado a más de un corrupto no le garantiza que está tomando el camino adecuado.