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Cecilia Valenzuela

Le llegó la hora. Salvo un rapto de infamia o ignominia en la Comisión Permanente del Congreso, el episodio , finalmente, terminó. La comisión congresal que lo investiga determinó ayer, preliminarmente, que incurrió en cuatro faltas graves, por lo que recomendará su remoción.

En unos años, cuando los adolescentes de hoy revisen la reciente historia política de nuestro país, el personaje que hasta hoy encarna el pomposo título de contralor general de la República del Perú será motivo de mofa e inspiración de una tardía pero prometedora versión nacional de “House of Cards”. Sin duda, el Perú no se quedará atrás en la urgente producción de contenidos, para Internet y la televisión, que reclama la nueva tecnología.

Pero hasta estos días, Edgar Alarcón fue el funcionario más poderoso en nuestro país: recostado en una oposición parlamentaria, con demasiada sangre en el ojo, el contralor desató una crisis política que ha complicado la economía y la armonía social en el Perú.

Sus informes, cuestionados técnicamente por expertos de distintas tendencias, fueron utilizados en el Congreso para tumbarse al ex ministro de Educación Jaime Saavedra y forzar la renuncia de Martín Vizcarra de Transportes y Comunicaciones. Su accionar oscuro se prestó para lo mismo con el ex ministro de Economía Alfredo Thorne.

Pero recién, en un audaz ‘remake’, se lanzó contra la ministra de Educación, Marilú Martens, a la que acusó de ser la responsable penal de una malversación de más de 200 millones de soles en la compra de unas computadoras, la misma por la que había acusado al ex ministro Saavedra.

Lo alucinante fue que Alarcón hizo la denuncia contra Martens el pasado sábado 24, y la fecha fijada para que la ministra respondiera a las interrogantes planteadas por la contraloría es recién hoy, miércoles 28 de junio. ¡Con qué elementos redactaba sus informes acusatorios el contralor Alarcón!

La megalomanía que padece hizo que se apresurara en difamar de manera agravada a una funcionaria respetada. Y es muy probable que con el paso de los meses se confirme el desaguisado que armó en el caso de la adenda del aeropuerto de Chinchero.

Lo patético de nuestros días ha sido observar la facilidad con la que un sector de la política fue capaz de hacer suyas las acusaciones y hasta las calumnias de un personaje evidentemente violento y delirante que, aun a sabiendas de que le quedaban los días contados, continuó vociferando y empañando honras sin control.

También ayer, el rector de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, Rohel Sánchez, confirmó que el título del todavía contralor fue obtenido de manera fraudulenta. Inmediatamente y de manera ponzoñosa, Alarcón acusó al decano de la Facultad de Derecho de la UNSA, Javier Lizárraga, encargado de la comisión que evaluó la forma como obtuvo su título, de tener “un conflicto de interés, por lo que no está calificado para pronunciarse sobre mi caso”.

Cualquier persona que se refirió a sus andanzas fue prontamente descalificada, agredida, boicoteada o amenazada, a nivel nacional y a todo micrófono, por él y los suyos o quienes estuvieron detrás de él y de los suyos. Las ansias de Edgar Alarcón fueron vilmente potenciadas y utilizadas para debilitar a un Gobierno frágil, en contra de la estabilidad democrática en el país.

Establecido, entonces, el material del que estuvo hecho el muñeco, toca ahora identificar al que se las quiso dar de titiritero.

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