(Ilustración: Rolando Pinillos/El Comercio)
(Ilustración: Rolando Pinillos/El Comercio)
Fernando Vivas

“¡Qué terca, qué cándida, qué confiada!”. Esto no es nuevo. Se oye hoy en el entorno de y ya se oía en el 2005, cuando defendía a Horacio Cánepa con una pasión digna de cualquier otro tipo, menos de él. A ver, lo diremos elegantemente: Cánepa tenía un aura de ventajista de la política que brillaba a la distancia y un antecedente penal del que había sido absuelto en un momento y en una corte que no disiparon las sospechas. Además, era ostentoso y ofrecía aportes de campaña como quien no quiere la cosa.

Es ‘tenebroso’, me cuenta un importante dirigente pepecista que lo recuerda bregando por ubicarse en cargos que le permitían viajar y afianzar contactos, como el de secretario de Relaciones Internacionales del . Su vara pepecista no solo era Lourdes Flores; los Bedoya lo conocían y querían desde que tuvo un affaire con una joven de la familia. Los que no lo querían le ponían chapas como ‘Anforacio’, en recuerdo del ‘huanucazo’.

Cánepa había sido involucrado en un fraude electoral en 1995, en Huánuco, para favorecer a su candidatura al Congreso y a la de su paisano fujimorista Víctor Joy Way. Hubo un proceso penal y estuvo unas temporadas fuera del país, hasta que una sala integrada por Alejandro Rodríguez Medrano, socio de Vladimiro Montesinos en la manipulación del Poder Judicial, lo absolvió en 1998.

Lourdes le lleva cuatro años y lo conoció en los 80, cuando era un dirigente huanuqueño del PPC. Ambos debutaron como diputados en 1990. Cuentan que era tan disciplinado que interrumpió su luna de miel por ir a una votación. En el 93, perdió curul en el CCD; y en el 95, lo golpeó el ‘huanucazo’. En el 2001, no estuvo en la campaña, pues vivía en EE.UU.

En el 2006, no estuvo en el comando de la campaña, pero sí en la lista parlamentaria y, según admite Lourdes, ostentoso como era, compró varias entradas para una cena pro fondos. Ahora se presume que lo hizo con fondos de los brasileños, pero falta compatibilizar los trascendidos sobre el aporte de Odebrecht a esa campaña: que fue medio millón de dólares, como él habría confesado, o que fueron apenas entre 10 y 15 mil, como Raymundo Trindade Serra habría dicho. Jorge Barata, que fue vago y olvidadizo respecto al 2006, tendrá que hacer memoria.

Las denuncias y la ojeriza de muchos pepecistas y aliados de Lourdes lo mantuvieron de perfil bajo y perdió curul. Pero quedó libre para apoyar la campaña municipal del 2010. Carlos Neuhaus aparentaba ser una suerte de gerente de campaña, pero observadores de aquella me confirman que Cánepa gastaba y pagaba abiertamente. La candidata ha admitido que cenó con él, con Barata y con Serra, y que no se habló explícitamente de aportes. Quienes conocen a Cánepa me advierten que ello no era necesario para que el aportante supiera que estaban con el intermediario preciso.

Las investigaciones dirán si el dinero –US$200 mil, según ha trascendido y admite Flores– se gastó en encuestas de ‘tracking’ (sondeos diarios en el último tramo de campaña), como alega la candidata o en Dios sabe qué.

—No una, dos Lourdes—
La confianza a ciegas en hombres de honras discutibles es, para Lourdes Flores, un rasgo de personalidad y una opción de encarar apremios electorales. Su perfil de soltera y cristiana le da una aureola de cucufatería que abona a la tesis de la ingenuidad pura y dura; pero es una política de gran capacidad de análisis y réplica, de modo que es impensable que no supiera o siquiera sospechara que Cánepa canalizaba aportes tan interesados como su persona.

Así como con Horacio Cánepa, Lourdes Flores también invirtió pasión en otras defensas insólitas: la de Raúl Castro, que luego se convirtió en su mayor enemigo en el partido (hoy ya no es parte de él), y la del empresario César Cataño, cuando estuvo acusado de narcotráfico.

Pero hay una defensa que quiero destacar porque echa luces sobre un dilema de lealtad y en su capacidad para pelear y hacer las paces, además de pintar una gran raya más en el lomo de Cánepa. Lo he confirmado con las versiones no de una, sino de dos Lourdes, Flores y Alcorta.

Resulta que en la campaña del 2011, en la que el PPC fue aliado de PPK, Lourdes Alcorta fue en la lista del partido. Había sido jefa de prensa de su tocaya Flores en la campaña del 2001 y esta la propuso en la cuota del PPC. Pero Javier Bedoya y un sector del partido se opusieron radicalmente a que Alcorta fuera en un puesto destacado. El lío se zanjó cuando PPK incluyó a Alcorta como su invitada. Y revivió, más candente aún, cuando Cánepa, aliado con Bedoya y los pepecistas molestos por la intromisión ppkausa, tachó a Alcorta ante el JNE. El conflicto se resolvió cuatro votos contra uno, a favor de Alcorta, en una audiencia del JNE en la que su tocaya Flores la defendió ante el alegato de Cánepa. Pasó tiempo hasta que, en un evento social cristiano en Panamá, hicieron las paces.

En mala hora Lourdes Flores le dio la paz social cristiana a Cánepa. Unas temporadas después, él le pidió que lo defendiera cuando enjuició al Centro de Arbitraje de la PUCP por haberlo botado en el 2015. La PUCP tenía indicios de que era un árbitro inescrupuloso. Lo que supimos luego sobre sus arbitrajes ad hoc montados para Odebrecht confirma cualquier indicio que tuviera la PUCP. Flores ha dicho que esta defensa es la que más le duele haber hecho por su amigo.

Tanto ofendió a Cánepa que lo separaran de un ente arbitral que su amigo, el congresista Juan Carlos Eguren, presentó un proyecto de ley que impedía que los entes pudieran separar a árbitros (esto ayudaría a comprender el trascendido de que Serra confesó un aporte de entre US$5 y US$10 mil a una campaña de Eguren). Por suerte, perdió. Luego llegó la ola del Caso Lava Jato. Y el único proyecto de envergadura en el que Horacio Cánepa está hoy concentrado, para mal pago a Lourdes Flores y al PPC, es el de la colaboración eficaz.