El mensaje no solamente fue poco ambicioso en términos de gestos políticos. Tampoco se puso énfasis en reformas structurales del Estado. (Foto: El Comercio)
El mensaje no solamente fue poco ambicioso en términos de gestos políticos. Tampoco se puso énfasis en reformas structurales del Estado. (Foto: El Comercio)
Erick Sablich Carpio

Las expectativas previas a un mensaje a la nación suelen ser injustificadamente altas, incluso cuando se pronuncian en gobiernos que se juegan sus últimos años y con presidentes que ya han demostrado que el cargo les queda enorme. Como si un discurso fuera por sí mismo capaz de generar grandes cambios o soluciones.

Al cierre del primer año de gestión del presidente no hubo una excepción a la regla: el mensaje era esperado con amplio interés, al menos por aquellos involucrados de una u otra forma con el quehacer político y público. Y, en algunos casos, más que interés lo que existía era aprehensión, dada la actual coyuntura.

Atendiendo justamente a dicha coyuntura, en esta oportunidad la expectativa era justificada. En un contexto en el que se alude al sexto año del gobierno nacionalista, en el que la economía muestra exiguos índices de crecimiento y en el que la crispación política y el Caso Lava Jato han contribuido a paralizar al país, se esperaba del presidente un mensaje audaz que atacara sin ambages esta problemática y que ofreciera una visión clara para enmendar el rumbo.

El discurso, sin embargo, se quedó corto en alcanzar estos objetivos. Sin dejar de reconocer el mérito de ciertas propuestas y agradecer que Kuczynski haya dejado de lado la insufrible costumbre presidencial de listar interminables supuestos logros, queda la impresión de que para el Ejecutivo las cosas en realidad no marchan tan mal. De que su visión apolítica de la realidad es la correcta y de que las cosas se van a terminar arreglando por sí solas. De que no hay sentido de la urgencia y basta y sobra con lanzar un par de megaproyectos para retomar ritmos de crecimiento adecuados. Y de que el crecimiento de la economía –obviamente vital para un país con más de 20% de pobreza– es el único objetivo a perseguir.

El hecho de que no se haya hecho mención a la relación beligerante con Fuerza Popular es un primer indicador de que el factor ‘estrategia política’ sigue ausente en esta administración. El presidente debió abordar este tema explícitamente, saludar el reciente diálogo con Keiko Fujimori y aprovechar la puesta en escena para hacer notar a todo el Perú que la suerte del país no solo depende del Ejecutivo sino del Congreso fujimorista. Un guiño de amabilidad, pero también de corresponsabilidad.

Kuczynski tampoco articuló un plan anticorrupción en el año dominado por el escándalo Lava Jato, algo que viene reclamándole (muchas veces de manera desproporcionada) la oposición. Se limitó a nombrar un par de medidas aprobadas en su gestión, como la ‘muerte civil’ para los condenados por corrupción, pero no mucho más que eso.

La autocrítica por subestimar el “esfuerzo titánico que requería restablecer el crecimiento económico” fue bastante tibia. Nadie pide al presidente un ejercicio de autoflagelación, pero este tipo de gestos no puede hacerse a medias porque termina generando el efecto contrario: una sensación de soberbia o tozudez por parte del gobierno.

Pero el mensaje no solamente fue poco ambicioso en términos de gestos políticos. Tampoco se puso énfasis en reformas estructurales del Estado o se esbozó una visión nacional al bicentenario. Parece que no fuera necesario acometer una reforma del Estado o al menos del servicio civil, o la electoral, y que el sistema de justicia funciona estupendamente para todos. O que no hay un problema de rigidez laboral entorpeciendo la formalización y el crecimiento. Temas estos omitidos o tratados muy superficialmente en la alocución de PPK.

Un discurso no tiene cómo poner fin a nuestros complejos problemas, no seamos irrazonables. Pero el de ayer sugiere que no habrá mayores cambios en el estilo y prioridades del presidente. Y ello es preocupante si nos atenemos al balance de su primer año de gestión.

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