Resulta absurdo el debate de si el Perú crecerá unos cuantos decimales más o menos, y hasta cierto punto, quién es el responsable de que la ilusión se haya acabado. Es como si en medio de la borrachera hubiésemos perdido la conciencia y, ya con la resaca encima, no recordásemos de dónde venimos y qué fue lo que hicimos.
Comencemos por este gobierno. Si alguna responsabilidad se le puede asignar es el de haber sido errático y en la pésima relación del presidente con el sector empresarial vinculado a la Confiep. Dos ejemplos para el primer punto: decidir después de cuatro años que Petro-Perú no entrará a la explotación de hidrocarburos. Si iba a ser así, nos hubiesen ahorrado el debate previo (aunque creemos que la decisión final no es la acertada). Segundo, haber creado una crisis ministerial por la negativa del MEF y la primera dama a subir el sueldo mínimo vital, para un año después terminar proponiéndolo. Fatal. Ahora, ¿era inevitable? ¿No se podía esperar otra cosa de un régimen al que se le pedía pasar de la gran transformación a la hoja de ruta y luego incluso correrse un poco más a la derecha? ¿Los costos de nuestro sistema político?
Ahora bien, siendo cierto lo anterior, también lo es que una mirada fría al aparato público permitiría reconocer una serie de reformas bien encaminadas. ¿Que se demoraron? Puede ser. Pero esta es una diferencia con el gobierno anterior, que basó su relación de confianza con el gran empresariado en el piloto automático, en no hacer nada que los perturbase. Mínimo espíritu de reforma, cero espíritu crítico. Los propios ministros independientes lo reconocen. Los independientes, subrayamos. Por eso resulta preocupante que ese sea el “modelo” de gobierno de la derecha peruana. Por si lo hemos olvidado, la explosión de los conflictos sociales se produjo durante García. Tía María se detiene por primera vez, y Santa Ana hasta hoy. Si la caída del precio de los metales frenó la minería junior, los conflictos amenazan con hacer lo propio con la gran minería.
En fin, la falta de objetividad puede acabar con lo que hemos avanzado en las últimas décadas. Porque lo hemos hecho. Fortaleza macroeconómica, apertura comercial, mejores programas sociales y reducción de la pobreza, un sector empresarial, el moderno, con capacidad para aguantar el temporal.
Hay consenso en que lo que necesitamos es una reforma del sistema político y el fortalecimiento de la institucionalidad, en la cual debemos incluir lo público y lo privado. Ojalá y ese consenso logre impulsarlas. También nos haría bien no caer en el juego de los políticos, menos en época electoral, y tratar de mantener la objetividad. A estas alturas del debate, la resaca ya tendría que haber pasado.