Cateriano, el exorcista, por Juan Paredes Castro
Cateriano, el exorcista, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Investido ya con el voto de confianza del Congreso el primer ministro, , tiene por delante una tarea poco feliz pero elevadamente constructiva: ser el exorcista de sí mismo y del régimen.

Cateriano no quiere, por supuesto, terminar traicionado como Salomón Lerner, ni engañado como César Villanueva, ni agotado hasta la censura en gestos de buena voluntad como Ana Jara.

Entiende entonces, que debe penetrar en los recovecos de los antagonismos propios para corregirlos y, con el mismo propósito, en las oscuras entrañas del mal presidencial que ha hecho de la PCM un espantajo constitucional.

El otrora ministro de Defensa, irritable y confrontacional, pasaría a ser así el interlocutor válido de la oposición; el mágico transformador de las debilidades de sus predecesores en fortalezas suyas; y el liberador drástico de los demonios propios y de los que persiguen a y , demonios que distorsionan y desordenan las prácticas del poder gubernamental, al punto de casi anular las potestades del primer ministro.

Esta pesada atmósfera en una PCM disminuida, debiera convencer a Nadine Heredia de que si ella quiere ser la nodriza mental política del gobierno, lo sea en verdad detrás del trono presidencial, desde donde puede influir en Humala como esposa, compañera de ruta y presidenta del Partido Nacionalista.

A diferencia de Juan Jiménez y René Cornejo, Cateriano debiera ir inclusive más allá: asumir el día a día gubernamental, propiciando el empoderamiento de Humala en la jefatura de Estado, que de tal solo tiene el nombre.

De este modo, Cateriano liberaría a su cargo de eventuales cuestionamientos constitucionales futuros, a causa de injerencias ajenas a los preceptos precisamente legales y constitucionales.

Está en su papel hacer, por ejemplo, que Humala recobre su don y su aura de mando, como cuando apareció hace poco ante el país para dar cuenta de la normalización de relaciones con Chile, en lugar de andar perdido en provincias, inaugurando alcantarillados y tendidos de agua potable, con los mismos discursos y desvaríos de las campañas electorales del 2006 y 2011. ¿Acaso en él conviven el presidente circunstancial y el candidato eterno?

Cateriano sabe que Humala y Heredia ya no podrían causar otra molestia grave en Mario Vargas Llosa, después de que ellos se negaran a recibir a dos respetables opositoras del venezolano Nicolás Maduro, contra cuya dictadura el Premio Nobel de Literatura libra una batalla sin cuartel. Quitarle el piso a Cateriano, gran amigo de Vargas Llosa, como lo han hecho con cuanto primer ministro anterior, resultaría para la pareja presidencial la pérdida irreversible del garante democrático que les permitió llegar al poder y que los ha sostenido en cada crisis contra viento y marea.

Las facultades que Cateriano busca en el Congreso para legislar por decretos leyes no saldrán como palomas de la boca de un sombrero sino, de su relación sensata y madura con las fuerzas opositoras y, sobre todo, del exorcismo con que derrote a los demonios instalados en él mismo y en el poder presidencial.

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