Tras las masivas protestas en Chile, ahora se discute en todas partes sobre la 'crisis del modelo'. (Foto: Reuters)
Tras las masivas protestas en Chile, ahora se discute en todas partes sobre la 'crisis del modelo'. (Foto: Reuters)
/ JORGE SILVA
Martín  Tanaka

A propósito de las , se discute sobre la “crisis del modelo”. El problema con este debate es que se presta en exceso a respuestas ideológicas: si simpatizas con el mismo, pensarás que debe continuar, y si no, que debe ser cambiado. Además, cada quien parece tener en mente cosas diferentes cuando hablamos del “modelo”; por último, una defensa común es diferenciar “el modelo” abstracto de su aplicación concreta. ¿Cómo evaluar su funcionamiento entonces? ¿Cómo abordar esta discusión de manera productiva?

Partamos de aceptar que todos tenemos simpatías ideológicas válidas, según nuestros valores y preferencias. Pero la discusión debe centrarse en cuáles resultan más útiles, pertinentes, adecuadas para los contextos y las situaciones específicas. Por así decirlo, el período 1930-1960 era bueno para ser keynesiano y malo para ser monetarista, mientras que los años 1970-1980 fueron más bien al revés. Una cosa es buscar reactivar la economía y otra estabilizar graves desequilibrios. Segundo, me parece que la aplicación de un modelo no puede desvincularse de los incentivos que establece. Cuando la Unión Soviética colapsó en la década del 90, defensores del comunismo intentaban defender el modelo distinguiéndolo de su aplicación: quien falló fue Stalin, los burócratas del partido o la corrupción de un sector del Politburó. A estas alturas, entendemos que un modelo de decisión altamente centralizado y vertical de toma de decisiones conduce casi inevitablemente a lógicas autoritarias, a la arbitrariedad, a la ineficiencia.

Volviendo a Chile, estamos evaluando el funcionamiento del modelo de economía orientado al mercado. Si miramos el contexto de la región, encontramos que sus principios centrales (equilibrio fiscal, acumulación de reservas internacionales, promoción de la inversión privada) rigen a la gran mayoría de países, incluyendo algunos orientados hacia la izquierda. Puede verse que algunos países que siguen ese camino avanzan en medio de sus dificultades (Panamá, Colombia), y también que los que se han alejado de él tampoco la están pasando bien. Y no solo en los casos extremos como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua, también Argentina o Ecuador, países con graves desequilibrios macroeconómicos. El caso boliviano es particularmente interesante, porque buena parte de la prosperidad económica que ha favorecido a Evo Morales tiene que ver con cierta ortodoxia macroeconómica y, pese a los conflictos iniciales, a relativamente buenas relaciones con el capital privado nacional y extranjero. La gran diferencia en ese país estuvo en la negociación de condiciones tributarias mucho más exigentes para empresas en el estratégico sector hidrocarburífero. Pero no se ha resuelto el problema de la sostenibilidad y vulnerabilidad económica frente a las variaciones en el precio del gas.

¿Cuál sería el problema en Chile? Me atrevería a decir que la clave está en la implementación del modelo en un contexto autoritario, que dejó el legado de cierta hegemonía conservadora (que la Concertación no logró revertir), y de un sistema político bastante elitista, que a la larga devino en prácticas de corrupción, en la recurrencia de conflictos de interés y colusión entre las esferas económica y política. Ellas afectaron a todo el espectro político, de allí que hoy asistamos a una grave crisis de representación. No se trata de tirar al bebe con el agua sucia de la bañera, pero enfrentar esta crisis parece requerir de una suerte de refundación política que haga viables las correcciones económicas.

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