Cuatro espejos para exorcizar, por Juan Paredes Castro
Cuatro espejos para exorcizar, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Si el país político (instituciones y ciudadanos, tal cual somos) volviera a mirarse el 2016 en solo cuatro espejos diabólicos de hoy, seguramente no resistiría más y su protesta ganaría las calles, como en Venezuela, Brasil y Guatemala.

Quizás nos sirva como alerta roja de ese cercano escenario el hecho de que estamos a punto de tirar por la borda muchos años de crecimiento económico y bienestar.

La disyuntiva es dramática: quienes tienen actualmente el poder de impulsar y ejecutar las reformas más urgentes hacen lo que tienen que hacer, así les produzca un vómito negro, o el país tendrá que cargar con un peligrosísimo futuro de inestabilidad política, social y económica, que estamos lejos de imaginar.

Hace 15 años vivimos el súbito derrumbe de un régimen, el de Alberto Fujimori, y, ahí nomás, una angustiosa transición, la de Valentín Paniagua. Pero no sacamos las lecciones debidas. No logramos erradicar de raíz la corrupción del 90 al 2000 ni conseguimos prolongar la reconstrucción democrática. Más hizo el apuro político de entonces de ir a nuevas elecciones. ¿Y para qué?

En la autoridad que encarnan hoy en día y su directiva reside la última capacidad del Congreso para eliminar, de un plumazo, dos espejos diabólicos que arruinan el sistema electoral y de paso envenenan los canales de delegación de poder del ciudadano. Esos espejos diabólicos son el voto preferencial, que ha sembrado de aventureros, cínicos y pillos la representación parlamentaria, y el financiamiento oculto de partidos y candidaturas. De pronto descubrimos nuevas modalidades en los movimientos de dinero detrás del poder y desde el poder, incluido el pago de facturas de millonarias campañas electorales.

Los otros dos espejos diabólicos son la impostura con que se asume una elección libre y democrática, para luego convertir su mandato y preceptos constitucionales en menos que una alfombra para limpiarse los pies, y el grosero manejo del poder presidencial por quienes lo usurpan impunemente, sin ostentar designación expresa alguna.

Resulta así vergonzoso que haya tenido que jurar una hoja de ruta de respeto a la democracia y al modelo económico, como si no bastara la propia Constitución y el ordenamiento jurídico vigente para hacerlo. De ahí sus gestos de desplante y desprecio por todo lo que es democracia, como la lucha del pueblo venezolano frente a la dictadura de Nicolás Maduro, o como la institucionalidad partidaria peruana que, por precaria que sea, no merece el trato insultante que proviene del poder presidencial.

Resulta asimismo inadmisible que justamente este poder presidencial, relajado en su naturaleza, exhiba insólitas prácticas autoritarias frente al cumplimiento de la ley y las exigencias de los poderes públicos. La desmedida obsesión de la defensa legal de la primera dama por evitar toda investigación fiscal y parlamentaria, y hacer del ocultamiento de la verdad un sello indeleble de poder y soberbia, no es para menos.

¿Podrá Luis Iberico exorcizar estos cuatro espejos que yacen, intocables, en el viejo tocador republicano del país?

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