Oxfam, la importante oenegé internacional,viene de publicar un informe que funcionaría muy bien como resumen de los clichés más falaces y superficiales que existen sobre el tema de la riqueza, su acumulación y sus consecuencias. Considerando el empobrecedor daño que, una y otra vez, han causado estas ideas en muchísimas economías alrededor del mundo y lo atractivas que aún hoy resultan (al menos a juzgar por los titulares),vale la pena intentar mostrarlas en su falsedad.

La denuncia principal de Oxfam se puede resumir así: el porcentaje de la riqueza mundial que “se llevan a casa” o “acaparan” las grandes fortunas es cada vez mayor. Una situación que, en opinión de la oenegé, las políticas públicas deben enfrentar cuanto antes, “reduciendo” ya no solo la pobreza extrema, sino también la “riqueza extrema”, la misma que “nos daña a todos”, según reza el subtítulo del informe.

Naturalmente, la asunción central detrás de estas propuestas es la de siempre: la riqueza es estática. Es decir, la cantidad de riqueza que existe en el mundo es la que es y no es expandible. Con lo que resulta lógico pensar que si alguien acumula un porcentaje grande de esa riqueza está quitándole a los demás posibilidades de acceder a una parte de aquella.

Esta asunción, sin embargo, es falsa. Eso lo sabe, casi por definición, cualquier persona que alguna vez en su vida haya realizado un emprendimiento que lograse “crear –el verbo no es casual– riqueza”. Es decir, que haya supuesto una manera de satisfacer más y/o nuevas necesidades con los recursos existentes.

Bill Gates, el fundador de Microsoft, por ejemplo, ha juntado una de las fortunas más grandes de este tiempo de acumulaciones sin precedentes que Oxfam condena: US$66.000 millones. No es el caso, sin embargo, que esos US$66.000 existiesen antes de que él inventase todo lo que inventó para cubrir necesidades que hasta entonces permanecían insatisfechas. El valor representado por los US$66.000 millones lo creó él con su empresa, ensanchando la torta de la riqueza mundial considerablemente. Tampoco es el caso que muchísimas otras personas no hayan participado –y no participen hasta hoy– de ese “ensanchamiento”: han participado los miles que ha empleado y emplea Microsoft (que tiene 94.000 trabajadores), los millones que vieron crecer sus ahorros invirtiendo en sus acciones, los cientos de millones que pueden ser más productivos porque existe Windows, todos los otros millones que a su vez pudieron financiar sus emprendimientos y metas gracias al capital acumulado por los anteriores, etc.

Se dirá que el caso de un innovador tecnológico es particular, pues se trata de alguien que literalmente inventa algo. No existe, empero, el empresario que tenga éxito (al menos de la manera honesta) y que con ello no esté creando riqueza –haciendo crecer la torta– y beneficiando a muchos otros en el camino. El minero que invierte capital y esfuerzo en encontrar y desarrollar una mina aumenta también la cantidad de riqueza que hay en el mundo. Bajo tierra y desconocidos, los minerales no satisfacen las necesidades de nadie ni son, por tanto, riqueza en un sentido real. Basta con saber qué pobre era el Perú, que siempre tuvo el mismo número de vetas, en los años en que nadie invertía en encontrarlas ni volverlas minas. Todo lo dicho sobre la cadena de riqueza creada por Bill Gates y Microsoft vale también para los mineros y para cualquier empresa que sea exitosa dentro de la ley.

No solo no es cierto, entonces,lo que dice Oxfam –“la riqueza extrema nos daña a todos”–, sino que la verdad es más bien la contraria: la riqueza que uno crea beneficia a muchos otros en el camino y, de hecho, beneficia a más personas cuanto más “extrema” sea esta creación. Oxfam dedica su informe a protestar por la forma acelerada en que el capitalismo –al menos ahí donde no se le ha socavado– ha hecho crecer en los últimos 20 años las fortunas de los millonarios, pero dedica nula atención a la forma como, junto con estas fortunas, ha hecho surgir y crecer también a la clase media. Antes de su apertura al mercado, China no tenía ningún millonario; hoy tiene más de un millón (de los cuales 65.000 son “supermillonarios”). En el mismo período, más de 600 millones de chinos han abandonado la pobreza y entrado a la que ha pasado a ser la clase media más pujante del mundo. Falta mucho por hacer , pero no por ello deja de ser impresionante lo logrado.

“La riqueza extrema”, en suma, no es el otro lado de la medalla de “la pobreza extrema”, como lo sostiene Oxfam. El otro lado de esa medalla es la propia Oxfam, y todos los que, como ella, siguen creyendo que la manera de mejorar el bienestar de todos es recortar el de algunos.