Las elecciones no resolverán por arte de magia los complejos problemas de nuestra sociedad. Son irresponsables las promesas de solución instantánea a desafíos que necesitan de años, y quizá décadas, de esfuerzos colectivos. (Foto: GEC)
Las elecciones no resolverán por arte de magia los complejos problemas de nuestra sociedad. Son irresponsables las promesas de solución instantánea a desafíos que necesitan de años, y quizá décadas, de esfuerzos colectivos. (Foto: GEC)
Iván Lanegra

La democracia que tenemos, con sus fortalezas e imperfecciones, es el resultado del esfuerzo de generaciones de peruanos y peruanas creyentes en el valor del voto. Para ellos, elegir a nuestros gobernantes era una condición indispensable para dejar de ser un país de súbditos y construir una república de ciudadanos.

Cuando el Perú cumplía un siglo de vida independiente, el sufragio era el privilegio de un pequeño sector de la población. Poco a poco, el derecho a votar alcanzó a todos los varones, a las mujeres, a los analfabetos (en su gran mayoría indígenas) y a los más jóvenes. La inclusión plena es un logro alcanzado hace apenas 40 años. Estando muy cerca del bicentenario de la independencia, son casi 25 millones los peruanos y peruanas hábiles para sufragar este domingo.

Tener elecciones justas periódicas es otra conquista. En lo que va del siglo XXI, estas se han desarrollado ininterrumpidamente, bajo condiciones mínimas de equidad y confiabilidad, generando autoridades y decisiones legítimas. Alcanzar el pluralismo político es también un hito. Hay que recordar que durante buena parte del siglo XX se proscribió o limitó legalmente la participación de algunos partidos, ligados a los sectores populares. Las garantías de las que hoy gozan las libertades de expresión, información y asociación política son un indicador de los avances alcanzados.

Pero estas conquistas no son definitivas. Un peligro que acecha es el desencanto con la democracia, de la que la apatía es un síntoma. Este domingo irán a votar jóvenes que han nacido y vivido sin interrupciones autoritarias, sin la memoria de lo perverso de las dictaduras, pero con la vivencia de la corrupción, de la desconfianza en los políticos, de las brechas sociales subsistentes y de la falta de oportunidades. A la juventud, y al resto de la ciudadanía, hay que decirles que las elecciones no resolverán por arte de magia los complejos problemas de nuestra sociedad. Son irresponsables las promesas de solución instantánea a desafíos que necesitan de años, y quizá décadas, de esfuerzos colectivos. En dicha ruta, la democracia no es un atajo. Las elecciones permiten, en cambio, elegir a los hombres y mujeres que estén dispuestos a recorrer dicho camino.

¿Qué debemos hacer este domingo? Primero, ir a votar, honrando el legado democrático que hemos recibido y nuestro deber ciudadano. Segundo, decidir bien. Para ello hay que informarse sobre los partidos, sus propuestas y sus postulantes. Hoy existen muchas maneras de hacerlo. Y, en tercer lugar, vigilar a los representantes electos, alentándolos a cooperar e impulsar los acuerdos necesarios que fortalezcan las instituciones que nos sirvan para atender las justas demandas de seguridad, integridad, justicia, buen gobierno, mejor representación política, salud, educación, empleo, reconocimiento y sostenibilidad. El valor del voto lo genera cada ciudadano y ciudadana. Lo genera usted. Decida bien.