"De hecho, factores normalmente nublados por consideraciones programáticas o ideológicas podrían dar paso a aspectos emocionales, como la identificación, la expectativa de cambio y el miedo". (Ilustración: El Comercio)
"De hecho, factores normalmente nublados por consideraciones programáticas o ideológicas podrían dar paso a aspectos emocionales, como la identificación, la expectativa de cambio y el miedo". (Ilustración: El Comercio)
José Carlos Requena

La segunda vuelta programada para el , que disputarán dos candidatos que aglomeran los votos de menos del 20% del electorado, se inició en términos prácticos con la difusión de la , el domingo último (“Cuarto poder”, 18/11/2021).

Dos datos significativos que deben tomarse en cuenta son la distancia que separa a Pedro Castillo (Perú Libre, 42%) de Keiko Fujimori (Fuerza Popular, 31%) y el peso de la geografía. Sobre lo primero, un mostraba que en el 2011 y 2016 la separación era menor: 6 y 4 puntos, respectivamente, en ambas ocasiones en contra de Fujimori.

En cuanto a lo segundo, evaluada por bloque geográfico, Fujimori aparece rezagada incluso en su bastión del norte, reproduciendo la misma distancia de la medición general y a contracorriente de los positivos resultados electorales más recientes. Solo como referente, y aún luego del desgastante período 2016-2019, en el 2020 Fuerza Popular logró tres de los siete escaños de Piura, la tercera región con más electores.

Pero debe mirarse más allá de los indicadores políticos para entender el momento electoral. De hecho, factores normalmente nublados por consideraciones programáticas (planes de gobierno o propuestas sectoriales) o ideológicas (las viejas dicotomías izquierda/derecha, liberal/conservador, autoritario/democrático) podrían dar paso a aspectos emocionales, como la identificación, la expectativa de cambio y el miedo. Al final de cuentas, como se ha dicho reiteradamente –y a contracorriente de los promotores de los votos por programa–, los comicios no son un proceso meramente racional.

La mayoría del debate ha estado centrada en el peso de la geografía y la profunda distancia que separa a Lima de las regiones. Lima: más cerca de Londres que del Perú, como decía un viajero foráneo del siglo XIX.

Pero será importante darle tiempo y miradas a otros trechos que deben recorrerse: los culturales y sociales. En marzo de 1991, casi un año después de la paradigmática primera vuelta de 1990, el IEP publicó un díptico con un título que se reproduce parcialmente al encabezar esta columna (“Elecciones 1990. Demonios y redentores en el nuevo Perú”). El trabajo incluye un texto del recordado antropólogo Carlos Iván Degregori (“El aprendiz de brujo y el curandero chino. Etnicidad, modernidad y ciudadanía”), que aborda los factores culturales y sociales para entender el voto por Alberto Fujimori y las limitaciones del mensaje del Fredemo.

Treinta años después, en medio de comicios que tienen lugar al mismo tiempo que una severa crisis económica y social, ¿cuánto de aquellos factores subsisten? Más aún, Degregori entonces se refería a una crisis mayor: “De representación política y autoridad moral. Una sociedad plebeya multiétnica sigue sin encontrar expresión en el Estado”. ¿Qué tanto de ello ha pesado en los resultados del 11 de abril, que hacen que el país esté –en palabras de Mario Vargas Llosa– “asomándose al abismo” (“El País”, 18/4/2021)? Abismos para todos los gustos.

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